jueves, 14 de noviembre de 2013

El espacio, la última frontera


Solamente pido una gran nave y encontrar una estrella por la que guiarla, poder sentir el viento a mis espaldas y el sonido del mar a mis pies. Y si desapareciera el viento y el agua, nada importaría, tendría mi nave, y unido a ella viajaría rumbo a las estrellas. 
James Tiberius Kirk citando a un poeta desconocido en El mejor ordenador.

Hubo un tiempo en el que los lugares remotos, inexplorados, llenaban nuestra imaginación de criaturas fabulosas. Aquellos animales mitológicos —Hume los llamaría conceptos compuestos— han sido sustituidos por especies alienígenas; es una manera de lidiar con lo desconocido, de darle un rostro a la niebla. Aún quedan muchas aventuras, pero estamos, desgraciadamente, en el entreacto. A los capitanes que antaño se guiaban por las estrellas, buscando nuevos horizontes, sólo les queda soñar. Unos se dedican a imprimir esos sueños en papel; otros, a dirigir su mirada, anhelantes, hacia el techo nocturno.

Sólo hay un humano que me da envidia, una profunda envidia: el que pueda, por fin, volver a guiarse por las estrellas, iluminar los misterios, entablar nuevas relaciones. Si una oportunidad así se me presentase, daría lo que fuese para no perderla. Y sé que no soy el único.

La ciencia ficción, ésa donde una «familia» viaja en su nave, es un paliativo que ayuda a los que sienten la necesidad de tener aventuras espaciales; aunque, paradójicamente, también alimenta un deseo irrealizable. Los guionistas suelen elaborar una amarga medicina que satisface sus fantasías frustradas. Nada que reprocharles... algunos novelistas hacen lo mismo, y a veces hasta logran un éxito desmedido con ese método, ¿eh, Meyer? Ahí está la realidad, de todas formas, esperando para golpearnos cuando esas historias efímeras se acaban.

¿Quieres ir a donde nadie ha llegado jamás? Lo siento, época equivocada. Por suerte, aún hay sagas que deben nacer, y en ellas habrá personajes que no pedirán nada a cambio de nuestra compañía; personajes como Spock, el entrañable alienígena de aspecto feérico, o Han Solo, ese astuto contrabandista. Llegará, gracias a la ciencia, un día en el que podremos hacer algo más que ir tras su sombra.  

Es muy grande, nuestra prisión. Al menos una de ellas. Toca soñar, capitán.

Hagamos un trato: cuando terminemos de construir nuestro castillo, y acabemos con todos los dragones, ¿por qué no ponemos rumbo a la más lejana estrella y vemos lo que hay allí? Tú y yo.
Dylan Hunt en Arenas planas y solitarias. 

7 comentarios:

  1. Creo que una prisión, cuando es lo bastante grande, deja de actuar como tal.

    P.D.: Al final no vi Andrómeda, me tocó googlear. Pensaba que Arenas y playas solitarias era el título de una novela, fíjate tú...

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    1. Una inyección de optimismo; veo que has percibido toda la melancolía de la entrada.

      ¿Playas? Si es que siempre lo dije: algunos episodios de esa serie tienen nombres raros, raros. Creo que éste es un homenaje a «Ozymandias», el poema de Shelley:

      «[...] No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas
      de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas
      se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas».

      Si tienes curiosidad, puedes ver el capítulo en Series Yonkis. Es el quinto de la la tercera temporada. Me acordé de él cuando escribí lo de Candyman xD.

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    2. Huy, qué despiste con el título del capítulo jaja. Prefiero no verlo sin haber visto el resto de la serie... eso sí, seguro que si algún día la veo, cuando llegue a la tercera temporada me acuerdo de las playas solitarias xD.

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  2. Mmmm ... aún se puede ser astronauto y optar por un hipotético viaje a Marte

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    1. Bufff, a mí lo de Marte me da muy mala espina. A ver qué pasa.

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  3. Muchas cosas en muy pocos renglones, con cita de Hume incluida. La nuestra es la prisión más grande de todas. Y la ciencia ficción, para escapar de ella, no es más que eso, un sucedáneo. Creo que es muy cierto lo de transformar sueños y fantasías en papel.
    Saludos. Creo que sí, que el género está un poco olvidado.

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    1. Sí, y un sucedáneo finito, además. Tarde o temprano, hay que despedirse de muchos viejos amigos.

      Saludos.

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