viernes, 30 de noviembre de 2012

Once upon a time


Acercaos al fuego, chicos y chicas, y escuchad la historia que voy a contaros. Ocurrió en internet hace mucho, mucho tiempo. En esa lejana época ya existían los foros, y yo era aficionado a escribir relatos en ellos para descubrir qué opinaba la gente. Como supondréis, había foros de toda índole; pero uno en concreto captó mi atención. Era de literatura y estaba bien diseñado. Parecía serio, elegante, un lugar de reunión donde los enigmáticos juntaletras podíamos compartir textos. Dirigí el puntero hacia el subforo de relatos y entré sin temor, pensando en entretenerme un rato con lo que hubiese. Aún recuerdo algunos de los sugerentes títulos: El demonio del desván, Hormigas asesinas, La carretera solitaria. Después de un breve vistazo, opté por Pozo de sangre. 

Fue divertido, aunque tuve que perdonar las faltas ortográficas. No me importaron mucho porque, entre otras cosas, el autor sabía hacer bien lo que de verdad es difícil: puntuar. Eso tiene más mérito para mí que conocer el uso de ciertas tildes traicioneras, o recordar la diéresis de «ambigüedad». Sin embargo, los administradores del foro no lo veían de la misma manera: acusaron al autor de ser un diletante y le conminaron a sacarse una carrera de letras —el tipo era matemático—. Se trataba, por supuesto, de un sitio elitista donde las amenazas de expulsión e insultos eran recurrentes. La puerilidad impresa en aquellos comentarios me molestó, así que pensé en cómo podría darles una lección.

Hice clic en «registrarse» y esperé el mensaje que me daba permiso para ser usuario. Tardó varios días, pero llegó y pude presentarme. Escribí la primera profesión que se me vino a la cabeza: «Hola. Soy médico y me gusta escribir». Luego fui directo al subforo de relatos y les dejé un regalo. No pasó ni una hora antes de que empezasen las críticas destructivas. Que si el protagonista era un palo sin emociones. Que si la historia no tenía sentido. Que si los personajes no reaccionaban correctamente al ver lo grotesco... Al final terminaron mofándose de mí porque yo ni me molesté en defenderme. Para qué. En ese momento me sentía como el jefe del equipo A, ya sabéis, el de «Me encanta que los planes salgan bien», porque no creí que mi treta pasaría completamente desapercibida.

El relato no era mío, sino de Julio Cortázar. «Las manos que crecen».

martes, 20 de noviembre de 2012

Sinuhé, el egipcio

Cubierta del libro editado en
los lejanos setenta
Hay quien afirma que Mika Waltari engendró la mejor novela jamás escrita: Sinuhé, el egipcio. Yo no llego a tanto. Cambiaría el principio de la oración por «una de las mejores», que no es poco. Sólo dos libros han conseguido hacerme trasnochar para descubrir cómo sigue la trama; uno de ellos es éste, porque además de tener un dominio absoluto sobre cómo mantener vivo el interés, Waltari abre una puerta a una antigua civilización donde los humanos sufren problemas muy similares a los de hoy: gobernantes ineptos, corrupción, pobreza. La lectura puede ser desalentadora cuando el autor arranca con saña nuestras imperfecciones y nos las arroja al rostro.

«Mientras el hombre sea hombre, mientras existan el deseo de poseer, la pasión, el temor y el odio, mientras haya gente de color diferente, lenguas y pueblos diversos, el rico será rico y el pobre, pobre, y el fuerte dominará al débil y el astuto dominará al fuerte». 

Seguro que Tales de Mileto anda por
ahí detrás, midiendo sombras
Esta obra, que se sostiene en diez largos años de documentación histórica, está narrada en primera persona por Sinuhé, un hábil médico viajero al que incluso los poderosos le piden ayuda. Su esclavo, Kaptah, es un carismático embustero que se ve en la obligación de combatir contra la ingenuidad del amo, aunque éste le doblegue a bastonazos. Aun con la ayuda de Kaptah, la decadente Tebas no es lugar para alguien como Sinuhé, y pronto se ven en la necesidad de irse, de emprender un periplo que los llevará a Creta, Babilonia... Sinuhé incrementa así sus conocimientos, pero en cada uno de esos lugares existen tradiciones peligrosas que le pondrán en apuros.

Lo que tenemos aquí es una novela rauda, precisa y colmada de situaciones diferentes. Abrirla supone perder el contacto con la realidad para visitar el antiguo Egipto, como si fuese un auténtico viaje temporal.

Vana pose hierática; eran otros tiempos
Al jugar con la idea de que los humanos, en el fondo, no cambian, las injusticias tienen una presencia importante, y el peso de la desazón es afanoso si se acumula más de lo soportable. El propio Waltari explica en este párrafo qué se proponía cuando escribió Sinuhé: «Pero cuando escribo sobre el pasado, me estoy refiriendo al presente. Los mismos problemas surgen en todas las épocas en las que hago vivir a mis personajes. Busco los tiempos que tienen más puntos de contacto con nuestra época. Si mi Sinuhé ha tenido tanto éxito, es porque los problemas que allí se plantean son los mismos que tenemos que resolver diariamente. Nunca idealizo a mis personajes, pues son hombres débiles como la mayoría de nosotros. El lector se encuentra reflejado en ellos». Estas palabras son ciertas, y añadiría que el autor —un hombre que rechazó la teología para profundizar en la filosofía—, gozaba de un amplio conocimiento de la humanidad.

Vaticino que, como poco, no os decepcionará; así que no temáis adentraros en sus páginas.

Waltari y su fiel confidente

jueves, 8 de noviembre de 2012

El alimento de los dioses

¡Rápido! ¡Trae el Raid!
He aquí mi novela favorita de Wells, porque muchas de sus escenas difícilmente podrían ser más divertidas. Imaginad la situación: dos científicos descubren un alimento capaz de hacer que los seres vivos crezcan hasta ser verdaderos gigantes. El invento promete, pero sus experimentos son tan descuidados —«la lían parda»— que acaba desparramándose por ahí, y los resultados son terribles: gallinas del tamaño de avestruces, avispas mortíferas, ratones enormes que devoran caballos...

Según George Hay, presidente de la H. G. Wells Society, se trata de una vasta analogía, y tiene razón. Como él dice: el alimento es una metáfora de la revolución de las ideas que resquebrajaban a la sociedad postvictoriana. Varios párrafos son muy explícitos al respecto. Lo fascinante es que la lectura resulta terriblemente actual; tanto que podría haber sido escrita hoy. ¿Seguirá estando fresca dentro de un siglo? ¿Y de cinco? ¿Y, por qué no preguntarlo, de mil?

Mira qué simpático, el gallináceo
Quizá sería más correcto cambiar las cuestiones anteriores por una sola: ¿mejorará la condición humana? Yo pienso que gran parte de ella es inalterable, pero no estaría mal que me equivocase. ¿A quién no le gustaría subirse en la máquina del tiempo para descubrirlo? Al menos podemos reírnos de nosotros mismos con el hilarante retrato que Wells nos ha hecho.

En El alimento de los dioses la ciencia sirve para que tiemblen los cimientos de la sociedad. El autor ya había jugado antes con un concepto similar en La guerra de los mundos, donde una superior tecnología alienígena amenaza con arrasar a toda la civilización; de esa novela se dice que es una crítica al imperialismo británico, algo posible si tenemos en cuenta el pensamiento de Wells... Analogías aparte, hay un claro mensaje: la ciencia avanza, pero nosotros no vamos al mismo ritmo. Eso plantea un montón de posibles futuros distópicos.

El filme... no os lo toméis muy en
serio, los años le han sentado mal
Pienso que la novela tiene un poco de paja, pero he perdonado eso porque se trata de una obra excelente. El desarrollo horada con sutileza la parte más cómica hasta dejar paso a la tragedia, a la lucha ineludible entre razas e ideas diferentes. Una violencia que nace del fatídico alimento creado por ese par de bienintencionados científicos, tan inteligentes y, al mismo tiempo, tan alejados de la realidad. Todas sus cábalas y esperanzas se desplomaron ante el rumbo que tomó su creación.

Este título es apto para cualquier tipo de «comeletras». Dadle una oportunidad independientemente de que seáis seguidores del género o no, seguro que os gustará. Aquí hallaréis al mejor Wells, crítico con su época y comprensivo con el lector. Hay pesimismo, sí, mas la luz de un final decoroso aún no se apaga para la inmadura raza humana.