sábado, 30 de julio de 2011

¿Prestar un libro es perderlo?


Prestar un libro no equivale a perderlo, pero sí existe una alta probabilidad de ello. A veces, con suerte, se recupera; y con un poco más de suerte, hasta puede que esté en buen estado: sin rayas, dobleces y con las tapas en su sitio. A lo largo de los años he prestado unos nueve libros; no son muchos; pero sólo recuperé tres, debido a que los demás aún permanecen en casas ajenas, observando con desprecio a aquellos que les raptaron. Si yo que no soy muy altruista tuve esas pérdidas, no quiero imaginar las que hayan podido tener personas más dadivosas o ingenuas, porque no es pequeña la cantidad de pícaros que escrutan los bienes ajenos con deseos vehementes de apropiárselos. Tipos que se caracterizan por una escasa deferencia hacia aquello que no les pertenece... cuando no les pertenece, pues una vez adquirido el libro «prestado», de repente se convierten en sus guardianes, ¡y que los dioses guarden a quien ose pedírselo!

Por supuesto, muchas personas no son de esa manera, pero hay que tener cuidado a la hora de dejar un libro, sobre todo si se trata de alguien que no se conoce lo suficiente. Suele ser común que una vez pasadas unas semanas no lo devuelvan, y si preguntas por él, la respuesta puede ser una mirada de reproche; de esa manera intentan que el asunto caiga en el olvido, ya que carecen, en algunos casos, de la empatía suficiente para percatarse de que su víctima va a recordar el hurto por mucho tiempo que transcurra. Al menos siempre queda el consuelo de saber que van a cuidar el libro, porque les «pertenece», pues en otros casos en los que no tengan pensado quedárselo pueden proceder a: subrayar líneas interesantes, doblar las páginas o chuparse los dedos para pasarlas. Sin duda lo más abyecto es lo último; nunca entendí esa necesidad; al menos a mí nunca me hizo falta.

Yo al final opté por «encadenar» mis libros y abstenerme de prestarlos; para tales menesteres están las bibliotecas públicas. Además, gracias a las librerías de viejo siempre se pueden conseguir gangas, y de paso contribuir a que ese tipo de establecimientos no desaparezcan. Por todo esto, voy a aconsejarles que no presten libros así como así. Háganlo sólo si se trata de una persona de extrema confianza, y sobre todo eviten a los que saben pedir, pero no dejar. Estoy en desacuerdo con la frase: «Tonto es el que presta un libro y más tonto quien lo regresa». Sin embargo, no dejan de ser unas palabras que han nacido por un motivo real. La curiosidad me ha llevado a unos cuantos foros donde este tema salió a relucir, y siempre he visto una concomitancia en ellos: las quejas producidas por la añoranza de un libro prestado. 

Así puede quedar tu estudio si te descuidas

viernes, 22 de julio de 2011

Trafalgar

Aunque adquirir todos los libros
puede resultar complicado, su
lectura será una buena recompensa
Trafalgar, es el primero de los episodios nacionales escritos por Galdós; formados por la asombrosa cifra de cuarenta y seis novelas. Éstas, narran acontecimientos de la historia española entre 1805 hasta 1880. En Trafalgar, se cuenta las andanzas de Gabriel, un joven que se verá envuelto en la famosa batalla, sirviendo a un viejo y nostálgico oficial que anhela ver destruida la flota de la pérfida Albión. Antes de llegar a esa lucha, que será una de las partes más emocionantes, se describe la niñez de Gabriel; la cual transcurrirá en la provincia de Cádiz, y no estará exenta de tribulaciones. Un comienzo que a pesar de ser típico, se deja leer bastante bien, debido a la calidad de la escritura. Adentrarse en las páginas de esta novela, es como visitar el pasado en persona y vivir un gran momento histórico junto a los entrañables personajes, los cuales están muy bien trabajados y son un buen retrato de la naturaleza humana. Digna de mención es también la grandiosa descripción del Santísima trinidad: «Aquel alcázar de madera que, visto de lejos, se representaba en mi imaginación como una fábrica portentosa, sobrenatural, único monstruo digno de la majestad de los mares...». 

La tarea de escribir los episodios
nacionales tuvo que ser titánica
No voy a analizar la ideología de Galdós —que cada cual barra para su casa lo que quiera—, pero sí expondré un fragmento antibelicista: «¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida, como lo son en las de peligro? Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?». Se puede encontrar en la página 186 y tiene lugar una vez terminada la batalla, cuando los ingleses se mezclan con los españoles para llevarlos prisioneros. Por cierto, la lucha a bordo de los mastodontes de madera es trepidante; pero con las limitaciones que conlleva contarla a través de los ojos de un único personaje. De todas formas se ofrece la suficiente cantidad de datos, y en las últimas páginas, hay varias ilustraciones que enseñan la posición de los navíos; al menos en la edición de Cátedra. Aunque yo de momento sólo he leído Trafalgar,  me ha gustado, y voy a continuar con La corte de Carlos IV, donde se sigue relatando la vida de Gabriel. El problema es que conseguir la colección puede resultar una tarea ardua, porque son muchos libros y el precio en algunos casos es desmesurado. 

domingo, 17 de julio de 2011

La ciudad de los libros soñadores

No se dejen engañar por esa
simpática criaturilla; esto no es
una historia pueril
Cuando lo vi en la librería, en el rincón más oscuro del último estante dedicado a la literatura fantástica, pensé que se trataba de una sencilla novela infantil. La cubierta y la cantidad de ilustraciones que había en su interior reforzaron esa primera impresión; pero meses más tarde, cuando por fin me decidí a leerlo, poco a poco me fui dando cuenta de lo equivocado que estaba. La imaginación que el autor imprime en cada página es muy inusual, quizá comparable a la de Ende: el protagonista es un dragón que quiere ser escritor, y emprende una dificultosa búsqueda para averiguar quién es el autor de unas páginas maravillosas legadas por su «padrino literario». En su viaje deberá adentrarse en Bibliópolis, una enorme ciudad abarrotada de libros que está construida encima de laberintos subterráneos en los que, además de múltiples peligros, se pueden hallar los volúmenes más valiosos y raros. Los personajes son muy variopintos: desde altos gusanos/tiburón, hasta cerdos antropomórficos que parecen haber salido de un cuento común.

Un temible cazador de libros
saliendo de una alcantarilla
En ese entramado de túneles que se encuentra bajo la ciudad, operan los siniestros cazadores de libros, luchando encarnizadamente entre ellos para hacerse con los títulos raros que se esconden en lugares recónditos, y venderlos después en la superficie al mejor postor. Sólo esto, ya sería suficiente para crear un interesante juego o una película; sin embargo, hay más..., mucho más. Walter Moers ha construido una sociedad que respira y se alimenta de literatura; el olor de los libros viejos, la prosa de los clásicos, declamaciones públicas de obras famosas... La complejidad y el mérito de la trama está fuera de toda duda, la cual está dirigida a lectores que sean amantes de los libros y escritores, porque además de promulgar las ventajas de la lectura, esconde varias críticas al mundo editorial, algunas más crípticas que otras; es decir, La ciudad de los libros soñadores puede resultar muy cautivadora en manos de un forjador de novelas.

Colophonius Rayo de lluvia.
Gracias a sus conocimientos literarios
y no a su fuerza física, se convirtió
en el mejor cazador de libros
Y es que tras un vocabulario rico e inadecuado si se tratase de un texto para los más pequeños, Moers arremete contra el negocio de las letras con dureza; me gustaría poner algunos ejemplos, pero no quiero desvelar nada. Digamos que existe la posibilidad de que este libro no disfrute de una mayor distribución y fama por esas estocadas en las partes que más duelen, por lo tanto, quiero dejar una pequeña huella de él aquí con la esperanza de que al menos unos pocos tengan la oportunidad de disfrutarlo. Pues ésta es una de esas lecturas que no se olvidan, y cuando se navega entre sus párrafos, se acrecienta el deseo de que la aventura nunca se termine. No hay que menospreciar los dibujos que se ven a lo largo de los capítulos, salidos de la mano del propio autor; tienen algo, no sabría definir qué es, que les da un aspecto ochentero, me recuerdan a aquellas ilustraciones que tenían los primeros juegos de rol. Aunque algunos de ellos pueden inducir a engaño, haciéndonos pensar que la narración es infantil cuando se hojea la novela por encima sin profundizar en ella.

Estos seres memorizan toda la obra de un
autor y adoptan su nombre; una idea que
recuerda a Fahrenheit 451 y los
hombres/libro
Hay varios pasajes que destilan cierta crueldad, y la violencia es mostrada tal como es, sin olvidar en ningún instante su atmósfera fantástica; no será raro encontrar muertes, desmembramientos, sangre y demás. Lo más inquietante, ocurre cuando se consigue relacionar una escena con el mundo real, porque muchas de ellas son alegorías. Sin embargo, a pesar de todos los mensajes, la historia no pierde ni un ápice de su atractivo; los diferentes hilos argumentales se van uniendo a la perfección, desvelando secretos que el lector ansía descubrir desde los primeros capítulos. No me cabe duda de que me encuentro ante uno de los libros que voy a recordar durante mucho tiempo..., ¿aún estás leyendo mi blog? Mejor intenta hacerte con un ejemplar de La ciudad de los libros soñadores, ya me lo agradecerás después..., sobre todo si eres un escritor o un amante de los libros. Y no olvides prestar atención a la fascinante tragedia del Rey de las sombras, sus palabras son tan hirientes porque dicen algo que muchos ni tan siquiera se atreven a susurrar: la verdad.

«Todavía no puedes crear libros, pero matarlos sí. ¿Estás seguro de que
no preferirías ser crítico?» 


martes, 12 de julio de 2011

La guerra de los mundos

Con tantas invasiones a la tierra
que se ven estos días, era inevitable
comentar la que propuso Wells
allá por 1898
Últimamente proliferan las historias de invasiones alienígenas, pero la pionera es, al menos desde mi punto de vista, una de las mejores. La guerra de los mundos; clásico que sirve, en muchos casos, de referencia a la hora de valorar obras que intentan imitarlo, homenajearlo o incluso superarlo. Wells desató con esta novela la moda vivaz y atrayente de las misteriosas razas extraterrestres conquistadoras de planetas, que hoy todavía se mantiene gracias al cine, los videojuegos, la televisión, etcétera. El argumento parece sencillo a primera vista: los marcianos llegan y tienen malas intenciones; empero, se trata de una crítica demoledora hacia la sociedad victoriana y su colonialismo. Wells se recrea destruyendo Londres con esos trípodes misteriosos, vengándose así, gracias a su imaginación, del abuso que el poderoso ejercía en otras culturas «inferiores». ¿Tener una tecnología superior da derecho a utilizar en beneficio propio a otros seres inteligentes?

Orson Welles desarrolló un serial radiofónico
basándose en esta novela; creó un revuelo
considerable
En la ciencia ficción no es raro encontrar mensajes henchidos de moralidad que flotan tras la trama, y La guerra de los mundos, uno de los clásicos más conocidos del género, no podía ser una excepción. Dejando eso a un lado, tal vez el mayor mérito de la trama sea transmitir la desazón colosal que afecta a los damnificados, los cuales contemplan impotentes cómo su civilización se desmorona sin remedio. Los que huyen son un enjambre desordenado sin ley; no hay clase social que valga y se olvida el decoro, porque lo que importa es salvar la propia vida, aun a costa de los demás. Ya desde el comienzo, antes de que los trípodes hagan su aparición, hay un grupo de gente que comete un error hilarante: enseñar una bandera blanca a unas criaturas que no tienen ni la más remota idea de qué significa.

La versión actualizada de Spielberg
me gustó; vale, sí, es mediocre;
pero los trípodes intimidan
El protagonista se encarga de relatarnos lo que le va ocurriendo —primera persona— durante la invasión, aunque habrá un momento de la novela en el que relatará lo que le sucede a su hermano, de esa manera Wells puede informar al lector de lo que sucede en otros lugares. A pesar de ser un clásico, tiene un estilo muy fresco: descripciones moderadas y fluidez. La expresión «debe de haber» se repite demasiadas veces; pero quizá sea debido a una mala traducción. Lo mejor, es la atmósfera de horror que respiran los personajes según avanzan las máquinas de guerra extraterrestres; algo en lo que muchas películas han fallado. Quizá la que más se acerque sea la de Spielberg, gracias a los efectos visuales y sonoros bien trabajados. Una lástima que no sea del todo fiel al libro, porque se cambian detalles que en pantalla creo que hubiesen quedado muy bien, como por ejemplo, los estallidos de gas incandescente que se producían en Marte cuando enviaban sus máquinas; ya que en la película, éstas se encuentran enterradas en la tierra millones de años atrás.

El rayo calórico es devastador, los humanos
carecen de medios para contrarrestarlo

La adaptación que se realizó en el 53 nunca me entretuvo, porque se aleja demasiado del libro en lo que se refiere al concepto de las máquinas marcianas; de todas formas, tampoco se podía haber hecho mucho más, pues es una época muy temprana para representar fielmente a los trípodes. Por otra parte, la «broma»  de Welles en la radio causó pánico entre la población, porque se pensaba que la invasión era real; en realidad había un aviso en la introducción del programa, explicando que se trataba de una dramatización de la obra de Wells; pero muchas personas se lo perdieron, y al final, el famoso director de cine tuvo que pedir disculpas. Enumerar los guiños que otras obras hacen a La guerra de los mundos llevaría demasiado tiempo —incluso existe una novela de Sherlock Holmes experimentando la invasión—; basta decir que en caso de gustarles la ciencia ficción, H.G. Wells es lectura obligada.



jueves, 7 de julio de 2011

El extranjero


A veces, un escritor consigue que nos metamos en la piel del protagonista; Albert Camus, hace eso a la perfección en El extranjero. Una novela corta narrada en primera persona, donde un personaje cuenta cómo todo le resulta indiferente y aburrido. Además, se deja llevar por la corriente sometiéndose a la voluntad de los que le rodean; ya sea para contraer matrimonio, pelear, aconsejar, viajar... Pero no por altruismo, pues la realidad es que se encuentra dominado por una moralidad fuera de lo común, y no le da importancia a algunas cosas que la sociedad sí cree que deben ser tenidas en cuenta. Vivir de esa manera, confiándose al destino con los ojos cerrados, le conducirá por los caminos más tortuosos hasta llegar a un final trágico, y comprenderá de manera repentina, que es detestado por sus semejantes. Pues es un hombre fuera de lugar... Un extranjero.

La novela es corta, pero muy descriptiva, llegando a insertar los diálogos en el texto; aunque a diferencia de Saramago, Camus usa comillas: Sonrió como la primera vez, reconoció que era una óptima razón, y añadió: «Además, la cosa no tiene importancia alguna». Eso, combinado con un ritmo dispar, hace que la lectura pueda suponer un esfuerzo en determinados momentos, sobre todo en la primera de las dos partes que la conforman; sin embargo, merece la pena, porque la trama se irá volviendo más atrayente según se avanza. Los personajes son interesantes, y, hasta cierto punto, es divertido ver de qué manera reaccionan ante esas respuestas desprovistas de pasión. Ésta es, en resumen, una pequeña gran novela que merece ser leída y recordada. Porque nos recuerda que salirse de lo acostumbrado, tener un carácter distinto a lo que resulta habitual, puede ser motivo de incomprensión.