La generación de consolas que me lo hizo pasar mejor fue la de los dieciséis bits: Sega Genesis —aquí Megadrive— y Super Nintendo. Había más, pero las mencionadas eran las que dominaban el mercado. También conocí el prístino universo de los ocho bits; tenía grandes juegos como Mario Bros, Alex Kidd e infinidad de títulos. He de reconocer que cuando vi la palabra «retro» al lado de esos nombres me sorprendió, porque su recuerdo aún es muy cercano para mí. Aunque los actuales, que casi no conozco, tienen una calidad gráfica inimaginable por aquel entonces, hay nostálgicos que se dedican a rememorar los clásicos, y jóvenes que se acercan a ellos por primera vez para demostrar su habilidad. Eso último es lógico, porque si se trata de buscar juegos difíciles no hay que ir más lejos: intentad llegar al final de un Battletoads... Y si todavía os quedan ganas de más martirios, probad Ghosts 'n Goblins. No eran imposibles, ni mucho menos; pero sí podían llegar a ser desesperantes. Yo tenía una relación de amor y odio con Splatterhouse 2; uno de mis preferidos a pesar de que lograse irritarme tanto.
La dificultad que tenían formaba parte de su encanto, porque los jugadores se lo tomaban como un reto, y terminarlos era muy satisfactorio aun si el final resultaba ser un fiasco: «Game Over. Congratulations». Evidentemente, esto se agravaba en las recreativas, donde la intención era que el cliente —la víctima— gastase todas las monedas posibles. Solían verse colas de muchachos en los bares, esperando para poder destruir al villano de Toki, o pelear en un duelo de Street Fighter. Cinco duros nunca eran suficientes; al menos para mí, que ni con Motörhead a todo volumen en los auriculares podía acabar esos juegos. La buena noticia es que hicieron conversiones para consola y ahí pude resarcirme de todas las derrotas. ¡Se acabó echar monedas por la hambrienta ranura! Ahora sólo había que apretar el botón start. Lástima que el paso de la recreativa a la consola le sentase mal a algunos juegos. Por suerte, los más célebres gozaron de muy buenas versiones, como Street Fighter, el cual se exprimió hasta la saciedad.
Estética ochentera; múltiples habilidades; decenas de niveles; ¿quién da más? |
Los de Nintendo cometieron el error de no saber abandonar el cartucho a tiempo; pero gracias a la N64 pude, por primera vez, tener la sensación de estar en plena batalla de Hoth |
Dentro de los géneros que causaban sensación, me atrevería a decir que gustaban más los plataformeros; es decir, los que desgastaban el botón que servía para saltar. No hace falta que nombre las dos leyendas de ese género, ¿verdad? Si nunca te has enfrentado a los artilugios estrambóticos de aquel científico con los bigotes erizados, si tampoco te reíste del rey de los Koopas tras arrojarlo a la lava... lo que te has perdido, amigo; eso forma parte de la historia del mundillo. Por supuesto, no todo lo que se hacía antes era digno de ser jugado, porque a veces se vendían productos que no deberían haber pasado el supuesto control de calidad: dificultad que rozaba lo imposible, gráficos que desaparecían, reacciones tardías del personaje protagonista, etcétera. Imagino que ahora pasará algo similar. Solía suceder que las compañías se aprovechasen de un nombre conocido, por ejemplo de un filme, para hacer un producto a toda velocidad y venderlo sin importar la calidad del resultado final. El paradigma supremo de esto es el conocido E.T. de Atari, el juego era tan malo que se extendió el rumor de que un montón de copias fueron enterradas en el desierto de Florida.
E.T. sólo es el primero de una larga lista nefanda, porque hubo muchos otros que también se aprovecharon de la repercusión mediática que daba un nombre afamado. Seguro que se os viene a la cabeza algún título. Por suerte había compañías como LucasArts, cuyos juegos sí que ofrecían mucha diversión y calidad, tanto en consola como en ordenador. La saga de Monkey Island es inolvidable, ¡quiero grog! ¡El mono de tres cabezas! Qué tiempos. Muchos clásicos de entonces han intentado amoldarse sin éxito al mercado actual, porque al perder la esencia del 2D se convierten en un remedo basto de lo que fueron. Gracias a los emuladores, cualquiera puede tener acceso a los tesoros de ocho y dieciséis bits; pero no es lo mismo: nada puede compararse a la sensación de jugar en la consola original con un buen mando.
Os dejo con Risky Woods, uno de los que más me gustaban y, curiosamente, el último juego de Dinamic Software antes de que ésta quebrase, poniendo fin a la edad de oro del software español.
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Os dejo con Risky Woods, uno de los que más me gustaban y, curiosamente, el último juego de Dinamic Software antes de que ésta quebrase, poniendo fin a la edad de oro del software español.