Tras enterarme de la sorprendente declaración de Lucía Etxebarria, que amenaza con guardar su valiosísima pluma porque gana poco dinero, he llamado a mi amigo Schopenhauer, ese filósofo malhumorado, para que le dedique unas palabras. Podéis hallarlas en Parerga y Paralipómena.
En la literatura ocurre lo mismo que en la vida: hacia donde uno se dirija, siempre encuentra al instante la plebe incorregible de la humanidad, la cual se encuentra en todas partes formando legiones: llenándolo todo, ensuciándolo todo, como las moscas en verano. De ahí el sinnúmero de libros malos, esas malas hierbas de la literatura, que quitan el alimento al trigo y lo asfixian. Arrebatan el tiempo, el dinero y la atención del público, que en justicia pertenecen a los buenos libros y a sus nobles fines, mientras que los primeros se escriben con la intención de ganar dinero, de conseguir cargos. Así pues, no sólo son inservibles, sino positivamente dañinos.
Dichas esas palabras que pueden resultar perniciosas. Ahora mismo os preguntaréis a qué viene esta entrada, es fácil, me choca enormemente lo que dijo Lucía Etxebarria —ya he dicho un nombre relacionado con Mordor* dos veces, corro peligro—. Quiero pensar que fue un error y no algo dicho desde la razón, porque si fuese lo segundo pensaría en qué clase de personas escriben desde el firmamento; personas que cuando las monedas faltan se sienten impelidas a hacer lo que sea para que las miradas del mundo converjan en ellas, como posar desnudas, por ejemplo. ¿Escribir? Un trabajo como otro cualquiera, amigo, no tiene nada de especial, se trata de apilar letras encima de otras hasta construir un libro, como un niño jugando con piezas de Lego. Y si alguien afirma lo contrario es un embustero.
Personalmente no me parece mal que alguien se gane la vida con las letras, o hasta que se haga rico gracias a ellas; pero permitidme dudar de quien deje de hacerlo porque «ya no gana tanto» mientras otros —yo de momento no, por suerte para mí— malviven sin dejar de crear; se parten el lomo y piensan, al salir de un trabajo áspero, en cuánto tiempo podrán permanecer tecleando de noche hasta que el sueño los rapte. Para ellos no es un mero trabajo, es una necesidad, porque son escritores, lo otro no sé qué será. Me gustaría verlos en la sociedad ácrata que tan bien describió James P. Hogan en Viaje desde el ayer. ¿Qué harían en un mundo donde no hay dinero? No lo tengo claro. Sin embargo, de algunos sí que estoy seguro: emplearían el tiempo en lo mismo, en su necesidad.
Me temo que cuando escasea el dinero se dejan traslucir ciertas actitudes; caen los disfraces. Maquiavelo dijo una vez: «Todos ven lo que aparentas; pocos ven lo que eres». Eso de aparentar está muy bien, pero no hay que olvidar que aparentar no es ser.
El dinero, en algunos casos, puede ser como la zanahoria que se coloca ante un asno para que camine.
*Mordor: Planeta.