La primera vez que leí La conjura fue hace unos tres o cuatro años. No tenía ni idea de la vida de Toole, así que sólo la compré por curiosidad. Recuerdo que la encontré en una librería de Oviedo, entre otros títulos editados por Anagrama, y el color amarillo chillón me hizo cogerla —yo caigo en esos ardides publicitarios, que luego mi interés persista es otra cosa—. En la cubierta vi a un personaje estrambótico con una gorra de cazador; tenía un arma blanca en una mano y un perrito caliente en la otra, y miraba recelosamente a una sombra amenazadora. Luego, al abrir la novela me noqueó una cita de Jonathan Swift: «Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él». Interesantes palabras, no estaría mal saber en qué momento las añadió al libro; libro que, por supuesto, compré. Creo que es el que menos ha tardado en convencerme para que lo adopte; otros lloran mucho más, pero como están acompañados por sus hermanos gemelos, no me dan tanta lástima.
Dos días después terminé, con pesar, las últimas páginas de una obra maestra. Es lo malo de las obras maestras: tienen un final, como el resto. No me preocupó demasiado, porque acababa de conocer a un gran autor y podía leer el resto de sus libros. Entonces leí el prólogo de Percy, el único que le dio una oportunidad a La conjura. Y me enteré de todo. Fue un día oscuro. Toole sólo escribió otra obra antes de suicidarse: La Biblia de Neón. Pero es de cuando era un adolescente, muy temprana. Además, lo que me interesaba era saber si existía una continuación de La conjura... Admiro a Toole por su trabajo; lo aborrezco por rendirse. Él era consciente de que había creado algo digno de entrar en la historia literaria, así que, desde mi punto de vista, debió haber continuado luchando hasta el final y no permitir que cuatro editores ciegos le doblegasen. Si hubiese seguido ese camino en vez de dejarse engañar, hoy tendríamos muchas más novelas suyas. Hasta es posible que continuase su mayor obra. Mayor en ese momento, porque no sabemos hasta dónde podría haber llegado.
¿Cuándo publicaron La conjura? Cuando la respaldaba una jugosa biografía de suicidio. Ahí no hay riesgo posible: si no vende por su calidad, venderá por la noticia. Existe un morbo detrás de todo esto que los editores han explotado a conciencia. No es una casualidad que las tragedias de los escritores aparezcan, muchas veces, en las sinopsis. «¡Qué me dices! ¿Que éste se ha tirado a un volcán? Ahora mismo compro el libro». Aun así, la novela tendrá un éxito efímero a menos que sea realmente buena, como la de Toole. Debemos agradecerle a Percy que se tomase la molestia de leer el manuscrito y tuviese la suficiente humildad para reconocer su valía. Más aún si tenemos en cuenta que era una copia en papel carbón, cuya lectura resultaba difícil. Otros, simplemente, lo habrían guardado hasta olvidarse de él.
Un caso raro, el de Toole. No es tan frecuente como algunos escritores piensan.
Dos días después terminé, con pesar, las últimas páginas de una obra maestra. Es lo malo de las obras maestras: tienen un final, como el resto. No me preocupó demasiado, porque acababa de conocer a un gran autor y podía leer el resto de sus libros. Entonces leí el prólogo de Percy, el único que le dio una oportunidad a La conjura. Y me enteré de todo. Fue un día oscuro. Toole sólo escribió otra obra antes de suicidarse: La Biblia de Neón. Pero es de cuando era un adolescente, muy temprana. Además, lo que me interesaba era saber si existía una continuación de La conjura... Admiro a Toole por su trabajo; lo aborrezco por rendirse. Él era consciente de que había creado algo digno de entrar en la historia literaria, así que, desde mi punto de vista, debió haber continuado luchando hasta el final y no permitir que cuatro editores ciegos le doblegasen. Si hubiese seguido ese camino en vez de dejarse engañar, hoy tendríamos muchas más novelas suyas. Hasta es posible que continuase su mayor obra. Mayor en ese momento, porque no sabemos hasta dónde podría haber llegado.
¿Cuándo publicaron La conjura? Cuando la respaldaba una jugosa biografía de suicidio. Ahí no hay riesgo posible: si no vende por su calidad, venderá por la noticia. Existe un morbo detrás de todo esto que los editores han explotado a conciencia. No es una casualidad que las tragedias de los escritores aparezcan, muchas veces, en las sinopsis. «¡Qué me dices! ¿Que éste se ha tirado a un volcán? Ahora mismo compro el libro». Aun así, la novela tendrá un éxito efímero a menos que sea realmente buena, como la de Toole. Debemos agradecerle a Percy que se tomase la molestia de leer el manuscrito y tuviese la suficiente humildad para reconocer su valía. Más aún si tenemos en cuenta que era una copia en papel carbón, cuya lectura resultaba difícil. Otros, simplemente, lo habrían guardado hasta olvidarse de él.
Un caso raro, el de Toole. No es tan frecuente como algunos escritores piensan.
Estatua de Ignatius, protagonista de La conjura de los necios |