Esta portada parece estar a punto de desmenuzarse y convertirse en polvo, pero me gusta |
Imprescindible clásico hispánico de aventuras, entretenido a la par que exquisito; didáctico a la par que tradicional. Una lectura más que recomendable para cualquier edad. Zalacaín el aventurero consta de tres partes: La infancia de Zalacaín, Andanzas y correrías y Las últimas aventuras. La primera comienza relatando las peripecias de un niño pícaro de clase baja, curtido por la vida recia e instruido por su tío-abuelo; hombre célebre de armas tomar al que le gusta lanzar peroratas desafiantes. Ya en esa etapa temprana se ganará un enemigo que le odiará profundamente, convirtiéndose en su antítesis. «Hay hombres para quienes la vida es de una facilidad extraordinaria. Son algo así como una esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna. ¿Es talento, es instinto o es suerte? Los propios interesados aseguran ser instinto o talento; sus enemigos dicen casualidad, suerte, y esto es más probable que lo otro, porque hay hombres excelentemente dispuestos para la vida, inteligentes, enérgicos, fuertes, y que, sin embargo, no hacen más que detenerse y tropezar en todo».
La película me da miedo, aunque no la he visto |
La segunda parte, que es la más larga, cuenta cómo Zalacaín consigue sobrevivir gracias a diversos trabajos y al contrabando. Las amplias descripciones dejan paso a la acción; serán las numerosas temeridades de Zalacaín las encargadas de entretener al lector. Un revoltijo de situaciones dificultosas que deberán ser resueltas por el valor y el ingenio. El ritmo es veloz, tanto en viajes como en refriegas, eso permite captar —o al menos permitía, no sé si ahora pasará igual— la atención de los lectores más jóvenes, ya que hay suficiente variedad de escenas: peleas, tiros, huidas, infiltraciones... Todo bajo la sombra de la tercera guerra carlista, que añadirá, si cabe, más emoción aún. Siempre que leí este libro sólo encontré un problema: su duración.
Baroja, gran hacedor de historias |
Porque al igual que me sucedió tantas veces con las novelas de Julio Verne, ese ritmo acelerado combinado con pocas páginas, hizo que me resultase una historia corta, y además me dio la sensación constante de que iba a terminarse en cualquier momento, incluso cuando todavía iba por la mitad. De todas formas eso puede significar que la calidad sobrepasa los límites comunes; seguro que más de una vez han leído un libro muy largo que se les hizo cortísimo y al revés: un libro corto que era interminable. Señal inconfundible de que se está ante unas páginas fabulosas o, por el contrario, ante un ladrillo. Por supuesto en muchos casos esto ocurre según los gustos de cada persona. Aun así, me atrevería a decir que Zalacaín el aventurero agradará a la mayoría.
La última parte es nostálgica y trágica; nos muestra a un Zalacaín soñador que, a pesar de su juventud, carece de las ambiciones que antaño le hicieron medrar, porque como él mismo dice: ya no hay obstáculos que se lo impidan. Es un aventurero sin aventuras, un héroe esclavizado por una vida ordinaria. Pero al final, se tomará la licencia de vivir un poco más a su modo, volviendo a caminar por sendas peligrosas y jugándose la vida. Aunque esta última fase del libro me ha gustado tanto como las anteriores, pienso que Baroja podría haberla desarrollado un poco más —¡sacrilegio, herejía! Watson está hablando mal de unas páginas escritas por uno de los grandes!—, porque es la más corta y al lector todavía le queda hambre; sin embargo, el desenlace final es magnífico.
La mejor cubierta que encontré de Zalacaín es actual |