Hace unos días leí por curiosidad uno de esos artículos que dan consejos a los irresolutos escritores noveles. Normalmente suelen decir lo mismo: leer antes de escribir. Parece obvio, ¿os imagináis, por ejemplo, a un director de cine que nunca haya visto una película? Empero, el autor del artículo del que hablo afirma que no es necesario haber leído para escribir, pues: «a escribir se aprende escribiendo». No le falta razón, porque la práctica hace al maestro; aun así, al menos desde mi punto de vista, hacen falta unos conocimientos previos que permitan desarrollar la creatividad. Crear con menos herramientas, o sin ellas, siempre será más difícil que hacerlo con el equipo completo, el cual se consigue cuando el escritor se convierte en un auténtico cazador de libros.
Los clásicos dan recursos y vocabulario, pero hay que tener siempre presente que, a pesar de su genialidad, pertenecen a un tiempo pasado, donde el estilo y el ritmo eran diferentes a lo que se puede leer ahora. De ahí la conveniencia de la lectura contemporánea, porque con ella se adquiere fluidez; no se debe desdeñar ningún estilo o autor aunque soplen vientos desfavorables. Por supuesto, antes de iniciar la construcción de un libro, sería más que aconsejable revisar a los clásicos escritos en español, ya que las obras foráneas suelen tener errores de traducción que el incauto puede heredar; además, hay una cantidad ingente de autores entre los que escoger. Se puede narrar sin haber respirado la prosa de los maestros, pero el resultado será inferior salvo en algunas excepciones, pues aunque los genios existen..., no abundan.
Al placer de leer debe sumarse el del aprendizaje. En cada libro un autor deja una pequeña parte de sí mismo; a eso le llaman estilo, yo personalidad. Si únicamente nos influencia un autor, seremos clones; es necesario viajar por la imaginación de muchos para tener voz propia, y aportar unas líneas insignificantes al grandioso legado de los que nos han precedido. Por si fuese poco, algunos géneros, en ocasiones denostados injustamente, requieren conocimientos extras, como la novela histórica. Luego entramos en el delicado terreno de la ortografía, donde es menester andar con cuidado, porque existe una discrepancia brutal: unos opinan que no es importante, ya que el verdadero mérito se halla en la trama; otros dicen que hoy se valora más el cómo se narra una historia.
Yo no me metería en esa discusión por un motivo bastante simple: habitualmente los editores no leen los originales en cuanto ven faltas. Podrá ser injusto o no, pero es la realidad. De manera que ser literato no basta, hay que añadir un buen dominio del idioma escrito. Un lector consumado usará sin problemas las figuras literarias de la mejor manera posible, es decir, por instinto; de otra manera pueden quedar artificiales y no encajar bien con el texto. Limitarse a aprender qué es una anáfora no sirve; es mejor leerla en una novela y permitir que entre en el subconsciente, luego, a la hora de escribir, ya saldrá cuando tenga que hacerlo. Hay escritores que usan estos recursos a la perfección sin conocerlos... porque han leído, debido a ello no estoy de acuerdo con el artículo.