lunes, 29 de abril de 2013

A través de Marte

Con este libro podrás descubrir
algunas curiosidades de Marte
Como está de moda viajar al planeta rojo, voy a proponer una manera mucho más sencilla e inofensiva para llegar hasta él: la lectura de A través de Marte. Novela escrita, además, por Geoffrey A. Landis, experto en el tema.

Un vistazo superficial al argumento puede dar la impresión de que ya se ha visto innumerables veces en el cine —un grupo de astronautas viajando en una estrecha nave y sufriendo los percances acostumbrados—; pero no hay que dejarse engañar: aunque la fórmula es poco original, su interesante desarrollo lo compensa. Landis utiliza buenos cebos para pescar al lector. Entre ellos, el más importante es el de la incertidumbre sobre quién sobrevivirá, porque los astronautas, cuatro hombres y dos mujeres, deberán recorrer una distancia considerable en un planeta inhóspito, abrupto, solitario.

Esta cubierta foránea no termina
de convencerme; esas letras...

El motivo del viaje es alcanzar la distante nave de una expedición anterior, pues la que iban a utilizar para el regreso tuvo un problema irreparable. La desgracia no acaba ahí: sólo caben dos personas en el único medio que les queda para volver. De manera que aun si logran alcanzar su meta, tendrán que decidir cuáles son los afortunados que regresarán a casa. Esa situación funesta corroe profundamente la moral del grupo, y el alborozo inicial por encontrarse en Marte se convierte en desazón. A través de Marte narra una historia similar a aquellas expediciones peligrosas que había antaño... ésas cuyo final no resultaba muy agradable.

Landis se toma su tiempo para desarrollar a los personajes mediante varias analepsis —flashback—, y los completa dotándoles de un pasado interesante. Son pequeñas historias que adolecen de ser un poco corrientes; pero sirven para conocer y visualizar mejor a cada astronauta.

La pasión de Landis por la ciencia
salta a la vista
La estructura de la novela es su punto flaco; ¿veintisiete capítulos sólo en las primeras ochenta páginas? Demasiados. Las frecuentes pausas dan la sensación de que se está leyendo un diario o un blog. Puede que fuese lo que el autor buscaba, pero tanto salto de aquí para allá es agotador. Llegó un momento en el que yo ni leía los títulos... Debes tener en cuenta que éste ha sido un punto flaco para mí; a lo mejor a ti te agrada esa parcelación superlativa, la cual hace que el libro sea más corto de lo que parece.  

De la traducción diré que es correcta. Podría mejorarse porque no está exenta de errores. Disgustará a los más puntillosos y satisfará a los menos. Reitero, es mejorable, pero no debería ser un obstáculo si quieres visitar Marte. ¿Habrá allí algún bonito souvenir?

domingo, 21 de abril de 2013

Andrómeda

De izquierda a derecha: Beka, Tyr, Rommie, Trance, Rev, Harper y
Dylan. La imagen deja claro quién manda...


No es, ni de lejos, la mejor serie de Space opera que he visto; pero tenía algo especial que no puedo explicar. De esto hace ya muchos años porque la conocí cuando la emitían por Calle 13. Recuerdo cómo anhelaba que la semana pasase lo más rápido posible para subir de nuevo a bordo de la Andrómeda, reencontrarme con su tripulación y saludar a los viejos amigos. Si dais una vuelta por la nave, seguro que tarde o temprano veréis a Harper, ese genio loco que siempre está ocupado con alguna avería. ¡No le molestéis! También es posible conocer a la misteriosa Trance; quizá diga algo de vuestro futuro que os confunda, aunque lo más probable es que esté distraída podando un bonsái, o adivinando, una y otra vez, la cara de una moneda. Es un ser único, no hay duda. Tal vez, siempre que la suerte esté de vuestro lado, tropecéis con Rev Bem... Su apariencia es engañosa: por fuera es un monstruo, por dentro, un filósofo. Haced caso a sus consejos. Luego pasaros por el centro de mando y charlad con Dylan, el capitán, el anacronismo que pertenece a una época ya olvidada, a un imperio desaparecido. Quedarse, él y su nave, tres siglos en un agujero negro... es una desgracia. A ver si es capaz de restaurar la paz en el universo con su pequeña tripulación. No hay que olvidarse de Beka, una piloto extraordinaria; tampoco de Tyr, el nietzscheano; éste es un superviviente nato, cosas de la raza. Y Rommie, la IA de la nave, su avatar.

Creo que Andrómeda es la serie que más alimentó a mi imaginación; que más me introdujo en su mundo. Si a ti también te ha gustado tanto una serie, imagino que entenderás lo que quiero decir. Evidentemente, en tu caso es muy posible que haya sido otra la que consiguiese encajar con tus gustos. La lista es larga.

Pero —éste es un «pero» terrible, de los malos— en Andrómeda, por desgracia, hay un antes y un después: los productores le dieron la patada a Robert Wolfe, el primer guionista, que había hecho dos temporadas magníficas, para meter a otro. Se dice que el motivo fue la negativa de Wolfe a quitarle continuidad a la serie para que el público ocasional pudiese incorporarse sin necesidad de ver todo lo anterior, y a darle más protagonismo a Kevin Sorbo, el egocéntrico actor que encarna a Dylan. Yo no sabía nada de lo ocurrido cuando era un espectador; mas no hizo falta porque, sin motivo aparente, los episodios comenzaron a ser confusos, demasiado fragmentados. Y eso no era todo: no tuvieron reparo alguno en cargarse personajes importantes, es decir, en cargarse a mis viejos amigos, o eclipsarlos con la gigantesca presencia de Kevin Sorbo. Menudo chupacámaras. La decepción que sentí fue superlativa, antológica, y dejé de ver la serie sin importarme cómo terminase. Pasó mucho tiempo antes de que internet, concretamente una imagen que vi de casualidad, me recordase su existencia. Así que no pude resistir la tentación de ver la última temporada aquí. Debo dar gracias a los dioses de todas las mitologías por haber evitado que la viese cuando era más joven y echaba de menos los inicios de Andrómeda, porque hay un abismo insondable entre la quinta temporada y la primera. Andrómeda dejó de ser lo que fue para convertirse en un patético Hércules espacial, donde los gags de peleas cómicas —si es que a alguien le hacen gracia— están a la orden del día. ¿Los diálogos? Mejor ni mencionarlos. Dylan Hunt parece una parodia de sí mismo al decir su frase: «Nunca es fácil».

Lo bueno es que hay episodios, sobre todo en las dos primeras temporadas, que tienen un buen nivel. Es una pena lo que ocurrió con el guionista original, porque podría haber sido una gran serie, y el superego del actor principal se habría mantenido bajo control. Puede que incluso llegase a gustarme más que Star Trek, que ya es decir.

domingo, 7 de abril de 2013

Lolita

Una novela controvertida pero
necesaria
La publicidad intenta, a veces, encumbrar un libro con frases como éstas: «Más trepidante que El señor de los anillos»; «Este autor es el nuevo Joyce»... Seguro que vosotros habéis escuchado unas cuantas más. Son eslóganes molestos que mienten en la mayoría de los casos, porque, evidentemente, de lo que se trata es de vender un producto; pero el que aparece en mi edición de Lolita, «Uno de los autores más extraordinarios del siglo XX», es justo. Y lo es no sólo por este libro, sino por toda su obra.

Lolita es el choque de la sordidez extrema contra la belleza extrema; un choque tan fuerte que ambos elementos se mezclan entre sí. Pocas veces aparece en escena una obra tan ambiciosa, arriesgada y maravillosamente escrita. Una novela así no podía pasar desapercibida: hay quien intenta cubrirla con la pueril manta de la censura, y hay quien es capaz de apreciarla. Lo último no es difícil, basta con darse cuenta de que es ficción.

Esta imagen resume muy bien el
espíritu de Lolita
Destruir la libertad creativa nunca ha sido una buena idea, pues es suficiente con analizar y criticar. Ya se encargará el consumidor de decidir qué es lo que conviene.

Una breve sinopsis será suficiente para entender el porqué de lo anterior: Humbert, el protagonista, es un tipo culto de unos cuarenta años que está enamorado de las nínfulas, niñas que resultan atractivas para cierta clase de adultos. (¿Alguien ha dicho «pedófilo»?). Humbert, con la férrea tenacidad que sólo puede dar una obsesión, busca a su nínfula por todas partes... hasta que la encuentra y la hace suya. Esa inapreciable «posesión» le traerá muchos escollos que serán difíciles de superar, como, por ejemplo, evitar que otro que no sea él ponga las garras en su querida hada, su Lolita, pues mucho tuvo que explorar para cazarla.

Cuando se publicó Lolita, corrían los años cincuenta; así que el escándalo tuvo que ser mayúsculo, incluso llegó a prohibirse en algunos países. Hoy, por suerte, puede hallarse en cualquier librería.

El culpable autor de la obra dispuesto a
defenderla con buenos argumentos
La novela está dividida en dos partes, de las cuales conservo un buen recuerdo; aunque la segunda me gustó menos porque intuyo que Nabokov se vio un poco apurado al nivelarla con la anterior, y tuvo que meter alguna que otra parte superflua. Aun así, ese mero detalle no basta para rebajar el buen nivel del conjunto. ¿He escrito «buen nivel»?, eso se queda corto: altísimo nivel. Si hubiese sido otro el autor... dudo que Lolita fuese considerada como algo más que una simple novela erótica. El mérito de Nabokov es doble, porque usó un idioma —el inglés— que no era el suyo. Impresionante.

Pueden confiar en que la prosa de los asesinos sea siempre elegante.