Dejo por aquí un cuento que escribí cuando era más joven, estaba demasiado influenciado por los clásicos así que el texto es un poco ampuloso. Tiene además varios defectos:
1.En el final hay una especie de Deus ex machina. Recuerdo que no tenía experiencia con los relatos cortos y lo precipité demasiado, además no es de mi estilo porque es feliz (me lo pidieron así).
2. Está sin corregir. Lo iba a borrar, no creo que haya muchas faltas ortográficas; pero es posible, lo que sí es seguro es que habrá comas mal puestas.
3. Se supone que debería ser incluso más corto.
Al final, antes de exterminar el relato definitivamente, decidí ponerlo en el blog por si entretiene a alguien. Cuando escribo fantasía suelo darle un ligero toque de steampunk, aunque en este caso no se note mucho.
Un cerrado círculo de árboles danzaba en armonía con la música que tocaba la brisa nocturna, enmarcaban una pequeña casita de dos pisos, que se hallaba a las afueras de la ciudad dormida, donde las buenas gentes se disponían a conciliar sueños reparadores o desafortunadas pesadillas dependiendo de los caprichos de Morfeo.
En ese candoroso a la vez que hogareño retiro, habitaba una familia de campesinos. Al amparo de la cálida luz de dos quinqués, cenaban ahora tras las tediosas oraciones lentamente pronunciadas por la voz ronca del padre, los miembros de aquella copiosa cena eran un matrimonio entrado en la madurez y sus tres hijos, dos niños y una niña vivaz que contemplaba todo nerviosa con sus azules ojos saltones. Tras las dos únicas ventanas abiertas del comedor sólo se podía vislumbrar la lobreguez de la fría noche, que contrastaba con la tenue luminosidad que podrían ver los que mirasen desde el exterior.
El padre engullía con gusto un buen trozo de carne, todos rieron cuando un pedazo de la misma se le quedó entre los pelos de su poblado bigote, cuyos extremos llegaban hasta la parte inferior de la barbilla. Yantaban a la vez que charlaban animadamente sobre los quehaceres de la huerta y la visita a la ciudad en busca de unas azadas nuevas, cuando se escucharon unos sordos golpecillos en la puerta, uno de los niños fue el primero en percatarse pero la mujer interpretó que debía tratarse sólo del viento. Sin embargo los ruidos se volvieron más insistentes y fuertes, quedando claro que alguien golpeaba la puerta, puede que un visitante que se habría perdido o algún familiar de la ciudad que llegaba justo a tiempo para cenar acompañado. El hombre se levantó de su asiento con un leve quejido limpiándose la boca con la manga de su camisa, acto por el cual fue reprendido por su mujer de camino a la entrada. Resultó ser un mensajero envuelto en una verdosa capa ondeante, colgando en su hombro portaba una cartera con toda probabilidad llena de cartas y bajo el brazo traía un largo a la vez que estrecho paquete, envuelto en papel y amarrado con cuerdas deshilachadas, sin dignarse a saludar mencionó el nombre de la dirección para comprobar si era el lugar correcto, ante el gesto afirmativo del matrimonio entregó el bulto sin más demora y se marchó, rehusando una invitación para quedarse a comer algo.
La esposa, cuya lacia melena castaña llegaba hasta la cintura, asió el paquete con ambas manos apretándolo contra su blanco delantal, doblándose ligeramente ya que pesaba.
Quitaron las cuerdas sin dificultad, rasgaron el papel y se encontraron con un ostentoso espejo exquisitamente decorado con serpientes de oro que recorrían los bordes dorados mirando con ojos de piedras preciosas; era ovalado, se sostenía por dos pequeñas patas con forma de zarpas de león y le llegaba a la mujer casi a los hombros. Todos se quedaron con la boca abierta alrededor del espejo preguntándose como un objeto tan evidentemente valioso podría venir en tan paupérrimo envoltorio.
—Se han equivocado —afirmó el padre sin dudar—. Ninguna nota lo acompaña y que sepamos no tenemos ningún familiar rico que nos haga tal regalo, sin embargo la dirección que mencionó el mensajero era la nuestra.
—Lo mejor es que lo dejemos en aquel rincón —explicó la mujer señalando una esquina del comedor libre de muebles—. Y mañana vayamos a la ciudad a preguntar en mensajería.
Dejaron pues el espejo en aquella esquina desnuda de la habitación y se dispusieron a retomar la ya escasa cena; antes de irse a dormir, la mujer regañó a los niños que intentaron en vano extraer una de las joyas de los ojos de aquellos áureos reptiles.
Entrada ya la avanzada noche, la niña no pudo conciliar un sueño profundo limitándose a dormitar dos largas horas, un sonido suave proveniente del comedor llamó su atención hasta el punto de despertarse por completo; decidió bajar, pues su dormitorio se encontraba en el piso superior, para tomarse un vaso de agua.
Al pasar por el comedor encendió uno de los quinqués camino de la cocina, las sombras de los árboles cercanos proyectaban figuras fantasmagóricas que simulaban gigantescos ogros en su imaginación. El sonido que la despertó momentos antes, aún sonaba en alguna parte; pero no podía identificar el lugar exacto, por lo que no le dio importancia limitándose a terminar la bebida con premura para volver al lecho lo antes posible, era ya muy tarde y lo único que le interesaba era dormir. Cuando se disponía a extinguir la débil luminosidad que alumbraba el comedor percibió al fin de donde venía aquel sonido casi imperceptible semejante a un borboteo. El espejo.
El ruido parecía provenir detrás del mismo, era insólito pero la luz de la lámpara no llegaba en su totalidad hasta él, ni siquiera cuando la niña asiéndola con ambas manos se acercó todo lo que pudo. Lo único que podía ver era una mancha negra en la esquina; si no fuese por su forma ovalada casi no lo reconocería. El miedo comenzó a poseerla, pero consiguió mantener la calma quedándose siempre dentro del radio luminoso.
Sin embargo, se quedó completamente paralizada al ver que una cara emergía en el centro del espejo. En medio de la penumbra sólo se veían dos luminosos puntos de luz rojizos que eran los ojos, una aguileña nariz y una recta boca, su negruzco tono se confundía con las sombras, por lo que la niña esforzaba mucho la vista intentando verlo mejor para dar una explicación a aquello, quizá era algún animal que se había colado por la ventana, pero,¿por qué la luz se iba diluyendo cual pintura en un disolvente a medida que se acercaba al espejo?. De todas formas veía ese rostro de semblante inexpresivo que ahora dirigía su mirada a ella.
—¿Pero cómo? —masculló repentinamente con una voz sibilina que sonaba grave—. ¿No tienes miedo?, además yo no tendría que estar aquí, no reconozco el lugar.
La niña, por supuesto, reaccionó de la manera más natural y dejando caer el quinqué al suelo enfiló a toda prisa hacia la habitación de los padres, desabrigándoles de sus sueños y trayéndoles a la fría realidad. Estaba excitada y hablaba muy rápido saltando encima de la cama; tras un rato pudieron comprender que algo le había ocurrido en el comedor, así que al matrimonio no le quedó más remedio que ir a inspeccionar en medio de numerosos bostezos con su hija asustada justo detrás, al llegar al comedor se encontraron con una de las luces brillando bajo la mesa y nada fuera de lo común, el espejo tenía el mismo aspecto lujoso que cuando lo sacaron del paquete, iluminado por la luz refulgía magníficamente destacando en aquel ambiente humilde. Dieron un buen rapapolvo a su hija por haberlos despertado y encima tirar una de las lámparas, por fortuna no se incendió el piso. “Al menos los niños continuaban durmiendo sin enterarse de nada”, decía la madre varias veces con los ojos entrecerrados. Llevaron a la niña a su dormitorio arropándola, con el acostumbrado beso en la frente.
Al día siguiente, fue toda la familia a la ciudad, los niños correteaban gritando entre tenderetes abarrotados de comida mientras la niña cogida de la mano de su madre miraba todo con curiosidad. El padre se separó de ellos momentos antes para ir a la añeja casa de mensajería, con su letrero de madera desgastado siempre dando la impresión de que caería en cualquier momento al suelo o encima de alguien. Allí le comentaron que no se sabía nada de ningún paquete enviado a su dirección y no había nada registrado que se pareciese a lo que recibieron por la noche. Además insistieron en que los mensajeros no trabajan a esas horas, sino por la mañana, hasta la hora de comer.
Con esas noticias regresó el marido a informar a la familia, que ya tenía adquiridos varios alimentos.
—¿Podemos quedárnoslo? —preguntó tras acabar de contar lo sucedido en mensajería.
—Siempre podemos venderlo si en un tiempo razonable no lo reclaman —contestó la esposa—. Y el dinero no nos vendría mal.
Los niños jugueteaban lejos ignorando las conversaciones de adultos.
—Me parece bien pero ¿cuánto es un tiempo razonable? —dijo rascándose la cabeza.
—Pues unos meses, no hay que tener prisa por obtener dinero de algo que al fin y al cabo no nos pertenece, que no se convierta en una preocupación un simple objeto.
Al volver trascurrieron las horas sin incidentes, comieron exquisitos guisos, los niños ayudaron a su padre en los quehaceres del huerto, recogieron leña para cocinar, limpiaron la chimenea de hollín…
Incluso la niña ya no se preocupaba de lo ocurrido en el comedor la noche anterior cuando comenzaron a cenar, convencida por sus padres de lo que seguramente era un mal sueño. De todas formas tenía la sensación de encontrarse observada cada vez que pasaba ante ese espejo que estaba comenzando a odiar.
Y de esta forma se terminó el día, cubriéndose todo con estrellas, negrura y secretos.
Al igual que la noche anterior la niña tampoco pudo dormirse fácilmente, y además volvió a escuchar el mismo molesto ruido que venía del comedor, al principio quedó paralizada; pero paulatinamente la curiosidad fue venciendo al miedo. Decidida a acabar con lo que fuera que estuviese molestándola, bajó con paso decidido los crujientes escalones de madera, si despertaba de esa forma a sus padres o hermanos pues mejor, no estaría sola. En esa ocasión no se sorprendió al ver una vez más el espejo totalmente negro, ni siquiera cuando el rostro la esperaba en el centro del mismo, clavando sus ojos rojos en los suyos.
Se mantuvo a una distancia prudencial en el otro extremo de la habitación, no gritó ni avisó a nadie, pues sabía que aquella cosa desaparecería en cuanto llegasen, sin dejar de desear en el fondo que sus fuertes pasos en la escalera atrajesen ayuda. El rostro no hablaba, así que se atrevió a iniciar la conversación.
Se mantuvo a una distancia prudencial en el otro extremo de la habitación, no gritó ni avisó a nadie, pues sabía que aquella cosa desaparecería en cuanto llegasen, sin dejar de desear en el fondo que sus fuertes pasos en la escalera atrajesen ayuda. El rostro no hablaba, así que se atrevió a iniciar la conversación.
—¿Qué eres? —dijo con voz temblorosa.
—Esperaba que preguntases algo así pequeña humana —manifestó con el mismo tono intimidante de la otra vez—. No te interesa saberlo créeme, yo debería estar en otro sitio, te esperaba porque si abandono este objeto no podré volver a meterme dentro, quiero que me lleves a la ciudad.
A pesar de que la luz llegaba a duras penas al rincón del espejo, a la niña le pareció ver moverse a las ahora negras serpientes que decoraban el borde.
—Pero pesas mucho y no me dejan ir allí sola…
—Reduciré el peso de mi escondite, acércate y cógeme, una vez allí me dejarás donde yo te diga, el maldito cretino que me trajo a un lugar erróneo lo pasará realmente mal cuando mi amo se entere.
La niña retrocedió un paso, cada vez sentía más repulsión ante unos fugaces movimientos sinuosos alrededor del rostro.
—Ya veo que te dan miedo las serpientes —afirmó—. No te preocupes no te harán nada, además si me llevas ahora a donde yo te diga sólo tardarás una hora, no volverás a verme y podrás olvidarte de mí.
—Es que no me gustan, me dan asco —dijo mientras se acercaba despacio a las escaleras para escapar, ya no aguantaba ni un segundo más allí.
—Escucha humana diminuta, estoy perdiendo la paciencia, coge un buen trozo de papel envuelve el espejo y llévame. Volveré todo a su aspecto normal si quieres. Llevo todo un día esperando aquí dentro escuchando vuestras tonterías.
Sin embargo la niña no escuchó, se largó subiendo las escaleras presurosamente intentando llegar al cuarto de sus padres, no le importaba que se enfadasen por segunda vez con tal de no volver a ver aquella criatura terrible típica de los peores sueños.
Sintió unos pasos que la seguían, al final ese monstruo decidió salir de su espejo, si era cierto que ya no podría entrar de nuevo quizá quería vengarse antes de escapar. Giró la vista para atrás, viéndolo subir tras ella, una sombra con ojos rojos y garras que arañaban los escalones y paredes.
Alertado por el ruido el padre despertó, y asió con la mano derecha una espada cuya única función durante varios años no era otra que ornamental, colgada en una de las paredes; estaba dispuesto para arremeter contra cualquier tipo de intrusión. Su esposa por el contrario dormía profundamente así que no la molestó;sin embargo, no pudo evitar que se despertase cuando la puerta se abrió de golpe al entrar la niña con los ojos muy abiertos y el pelo revuelto, respiraba con agitación. Nada más ver a su padre le abrazó por la cintura sollozando.
—¿Qué pasa hija? ¿Acaso hay intrusos? — preguntó acariciándole la melena sin bajar la guardia con la mano que blandía el arma.
La respuesta no tardó en llegar cuando la criatura amenazante atravesó la puerta que debería haber sido cerrada. El padre no pudo dar crédito, la madre reaccionó abrazando a su hija en un gesto protector.
—Todos lo vais a pagar, ya cumpliré mi misión en cuanto me ocupe de vosotros—masculló iracundo el habitante del espejo exhalando una neblina grisácea por la boca.
El hombre embistió con su arma ensartándola en el pecho de aquel ser, quedándose clavada sin hacerle ningún daño aparente; a modo de represalia, recibió un zarpazo en su antebrazo que le hirió profundamente. Después, la criatura se quitó la espada y se la tragó haciéndola desaparecer en medio de volutas de niebla.
Entonces repentina e inesperadamente comenzó a mirar con frenesí en todas direcciones desapareciendo a continuación por el techo, filtrándose por una diminuta apertura tras volverse neblinoso por completo.
Los asustados campesinos temblaron durante unos minutos sin decir una palabra, esperando que la criatura del espejo apareciese por algún lado, la mujer recordó a sus hijos solos en su cuarto, por lo que salió despedida a comprobar si se encontraban bien, respiró aliviada tras verlos sin ningún daño, luego se fue con cuidado de no despertarles.
En ese momento llamaron a la puerta de entrada en el piso de abajo, lo que provocó un sobresalto general, abrieron la puerta a sabiendas de que el monstruo no necesitaba que le abriesen para internarse en su hogar, de manera que no sería él. La sorpresa fue mayúscula cuando entró el duque, sonriente, con su sombrero emplumado en la mano y sentándose en la primera silla de madera que encontró, disculpándose por ello pues se hallaba cansado; le acompañaban el mago real -que se quedó de pie tras el noble sosteniendo un tarro negro en alto- y un par de guardias armados con alabardas que estaban apostados fuera para vigilar.
—Dispénsenme por no haber llegado antes, no fue hasta hace unos momentos que fui informado desde la mensajería de al parecer un envío erróneo, cuando escuché que su dirección tiene un gran parecido a la mía, cambiando únicamente dos letras, no ha sido complicado deducir que ese envío me correspondía a mí —dijo el duque apresuradamente secándose el sudor con un pulcro pañuelo en el que se veían bordadas sus iniciales.
—Yo soy el que debe ofrecer disculpas —replicó el campesino—. Pues nuestra intención era vender su espejo si nadie lo reclamaba.
Ante esas palabras el noble rió sin ningún pudor avergonzando al hombre, que pensó en la posibilidad de haber dicho alguna incongruencia.
La niña se abrazaba a su madre asustada. El duque, al percatarse de ese miedo dejó de reír.
—Desconozco lo que haya ocurrido mientras llegaba; pero pueden decirle a su hija que puede estar tranquila, estoy seguro de que esa criatura no volverá nunca más —sentenció el duque con convicción.
— ¡Cierto! —exclamó el mago apoyando su bastón en una esquina y quitándose su celeste sombrero picudo dejando ver una brillante calva, tras ello dio unos golpecitos con un dedo en ese tarro al que no parecía adentrarse la luz—. Intentó engañarme convirtiéndose en una pequeña araña; de poco le sirvió.
—¿Quiere decir que esa cosa está ahí? ¿En ese tarro? —preguntó la mujer con incredulidad.
—Sí —afirmó el duque con una media sonrisa—. Este es el quinto intento para acabar conmigo de un hechicero que vive lejos en el sur, el cual no soporta mi matrimonio con su hija, normalmente me envía objetos de distinta forma y tamaño que contienen algún mal, en este caso esa especie de criatura. Pueden creerme si les digo que no es lo más peligroso que me ha sido enviado, por otro lado el venerable mago aquí presente siempre me ayuda en estos casos, supongo que ya lo conocíais al menos de vista, pues es alguien muy cercano al rey. Siento no haber llegado antes. Díganme, ¿en qué objeto se escondía la criatura?
El campesino giró apesadumbrado la cabeza en dirección al espejo.
—Ya veo —dijo el duque cruzándose de brazos pensativo—. Pueden quedárselo, no creo que sea peligroso y sacarán un buen dinero por él.
—Eso casi destruye a mi familia, no quiero volver a verlo y será destruido en cuanto os vayáis —declaró firmemente el hombre de campo.
El duque se sorprendió al ver que la mujer también parecía estar de acuerdo en ello, por lo que dijo:
—Sois sorprendentes, en cualquier otro caso estoy seguro de que se habrían quedado con el objeto guardándolo oculto como un tesoro, ya sea para conservarlo o venderlo, sin decir una palabra a nadie, vosotros decidisteis consultarlo en mensajería con la clara intención de entregárselo a su legítimo dueño si se presentase, en caso contrario nunca hubiese sabido nada, ya que ese mensajero no era un trabajador común sino más bien con toda seguridad hablamos de un sirviente directo de mi antagonista del sur. Vuestra honestidad ha sido la salvadora de esta casa y su familia, porque yo tenía la orden de recibir noticias de cualquier envío sospechoso.
Al cabo de unos días, la sencilla familia de campesinos recibió una invitación para ir a la casa del noble, donde les serían entregados unos papeles incrementando considerablemente sus posesiones.
El espejo fue destruido y sus restos abandonados en las profundas entrañas de la tierra.
Pues a mi me ha gustado mucho el cuento. Aunque es largo, se me ha hecho corto y cierto es que parece un final un poco precipitado, pero me ha parecido muy entretenido.
ResponderEliminarNo seas tan autocrítico, está bastante bien. Es verdad que el "Deus ex machina" no es la mejor manera de terminar el relato, pero el resto está muy bien.
ResponderEliminarNo borres lo que escribiste, es parte de ti mismo y no es tan malo como para exterminarlo.
Un saludo.
Watson, yo también creo que no debes borrarlo, forma parte de tu crecimiento literario ... es como cuando uno mira hacia atrás y no termina de verse bien en las fotos que nos hicimos hace años.. Siempre somos nosotros mismos los que nos vemos horribles y sin embargo los demás no lo ven así.
ResponderEliminarNo te voy a negar que los fallos que tú mismo has evaluado estén ahí, pero aunque el relato lo escribieses hace tiempo, se nota que tienes talento para escribir.
ResponderEliminarEstoy seguro de que tras unas pocas correcciones hechas ahora que ha pasado un tiempo sería un gran texto.
No es lo mismo ver algo completo que a falta de los debidos retoques, pero tras unos cuantos párrafos me he sorprendido obviando esos pequeños fallos que comentas y centrándome en la historia en sí, por momentos muy buena (aunque tampoco a mí me gusta ese final feliz).
Leyendo alguna de tus entradas, estoy convencido de que ahora eres capaz de escribir unos relatos mucho mejores.
Un saludo, y a ver si te animas a publicar algo más. ;-)
Odiealex, me alegro de que te entretuviera, porque mi objetivo no era otro al ponerlo por aquí; entretener un poco a la gente que lo lea.
ResponderEliminarSibarita, te aseguro que este relato en concreto, a pesar de haber sido escrito por mí, tiene poco que ver conmigo, al final explicaré el porqué.
Arwen, al final decidí no destruirlo y meterlo en el blog, pero estuvo cerca de arder -o más bien desaparecer en la papelera xD-, lo que comentas es verdad, a veces nos vemos de una manera distinta.
Lobo, no sé si con correcciones sería un gran texto,-lo he leído una vez más por encima y sí que cambiaría bastantes cosas-, pero gracias. Me alegro de que no te guste el final feliz, yo lo detesto xD. Parece el clásico: "y vivieron felices y comieron perdices"...
Hace exactamente un lustro -cuando tenía 24, ¡hala!, ya sabéis mi edad xD-, escribí este cuento para presentarlo a un certamen literario de jóvenes escritores; había unos requisitos, entre ellos destacaban estos dos: El relato tenía que resaltar los valores humanos y tener un final feliz. Eso ya me fastidiaba un poco porque mis personajes son muy ambiguos -es complicado saber si son realmente buenos o no-, y mis historias no rehúyen la violencia cuando debe mostrarse -igual que Moorcokc-.
Es decir, para participar en ese certamen tenía que cambiar mi manera de narrar; no le di mucha importancia y participé con este relato. Nunca se me dieron bien las historias cortas y sabía que no ganaría, lo grave... ¡Es que perdí por el final feliz y resaltar demasiado los valores humanos!¡Lo que ellos pedían! XD. De todas formas el relato era malo por las razones que dije y quedé entre los 10 primeros -de 70- que no está mal. Quizá el problema fue esa "casualidad" del final. :)
En fin, al menos me tomé mi venganza hace tiempo escribiendo un final alternativo. En el que no queda títere con cabeza. ;)
Gracias por los comentarios.
Es tu creación así que tú tienes la última palabra respecto a destruirlo o conservarlo.
ResponderEliminarLo malo de destruirlo es que luego te puedes arrepentir con el tiempo, pero como supongo que ahora es de dominio público, lo conservaras finalmente.
Salutes.
Hola randall, antes de ponerlo aquí pensé en borrarlo, pero opté por dejarlo en el blog y que los que se pasen puedan entretenerse un rato.
ResponderEliminarNo creas que me hubiese arrepentido de borrarlo, al ser un relato corto no es para tanto; una tragedia sería perder algo que tenga 90.000 palabras por ejemplo, entonces sí que me daría un ataque xD.
Por eso siempre guardo todo lo que hago en un pendrive ;).
Cuidado Watson, las memorias flash que incluyen los pendrives tienden a perder su información debido a averías lógicas, ya que tienen una esperanza de vida limitada.
ResponderEliminar¡Espero que hagas varias copias de seguridad con cierta frecuencia!
Saludos
Gracias por avisarme porque no lo sabía, lo he metido todo también en un cd por si acaso. Pensaba que los pendrives eran muy duraderos :(
ResponderEliminarSe me ocurre una estrofa más para la poesía de Roger Wolfe:
El odio es la informática
cuando windows se cuelga
un pendrive se muere
el disco duro tose y
un teclado desdentado
escupe sus últimas teclas.
Ya sé que no rima, pero la de RW tampoco :)