La encontré en una librería de viejo, entre una novela de Sagan y otra de Asimov —buena compañía—. Su lomo estaba perfecto, nada de esas arrugas que se forman con el uso; así que el anterior propietario no debió estrenarla, o tal vez sólo leyese los primeros capítulos antes de olvidarse de ella, abrumado por un ritmo que, objetivamente hablando, es lento: mucha descripción, mucho detalle cotidiano, mucha atmósfera y poco diálogo. Desde luego, un ritmo así puede espantar a algunos lectores; pero no es un detalle reprochable, sino una opción a la hora de narrar; y una denodada, además, porque se aleja del camino más transitado, vendible.
Ahora el lomo sí que tiene arrugas, porque a mí me pareció un buen libro, uno sincero donde se percibe la melancolía del autor, pues la obra muestra otro de esos futuros negativos que tanto se ven en la ciencia ficción actual. Con el panorama que estamos viviendo, a ver quién se pone a escribir sobre humanos felices que conquistan el espacio a golpe de imposiciones morales.
Taksim va sobre guerra, ejecuciones masivas, la futura hegemonía de las multinacionales, que logran, además de un poder absoluto, cambiar los nombres del mapa; en consecuencia, es posible vivir en una ciudad que se llame Coca-Cola, por ejemplo. Los robots forman parte del día a día y se les da un mal uso: padres que ignoran a sus hijos, dejándolos demasiado tiempo en compañía de sofisticados androides; jóvenes irresolutos que prefieren relacionarse con máquinas, ya que así no hay riesgo alguno; corporaciones con agentes robóticos para realizar misiones cuestionables... Y para poner la guinda al distópico pastel, la televisión sigue emitiendo esos programas infumables donde se expone a los famosos de turno; contertulios tirándose excrementos, haciendo aspavientos y gesticulando como si tuviesen problemas graves de salud. Taksim va, sobre todo, de los restos que deja un pasado ponzoñoso.
Las distopías, aunque se desarrollan en el futuro, suelen hablar del presente, especulan sobre posibles evoluciones que podría tomar la actualidad. Taksim coge nuestra época y potencia sus sombras, porque hay sombras, y no pocas. Si Jonathan Swift levantase la cabeza, le daría un ataque de risa tan intenso que volvería a espicharla.
El único aspecto de la obra que no me agradó del todo fue la prosa. Es adictiva, el autor maneja estupendamente los mecanismos que incitan a seguir leyendo; con todo, da la impresión de estar poco trabajada: abuso de los «pero» en un mismo párrafo, comas faltantes, redundancias, cacofonías. Aunque supongo que son detalles a los que Sardá, consciente de ellos, no les da importancia, he de mencionarlo. Habrá a quien le repelan esos descuidos, sean premeditados o no, y a quien le dé igual cómo esté escrito. Yo veo en Taksim más virtudes que máculas.
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