viernes, 26 de noviembre de 2010

Una disyuntiva en el autobús


Más de tres años me separaban de la última vez que había tomado el digno transporte urbano, prefería caminar, ya que la alternativa de tomar el coche o el autobús, significaba eludir ese ejercicio necesario para evitar convertirme en un ent. Pero debía ir a un lugar remoto y no tenía ganas de conducir, así que por una vez opté por dirigirme hacia esa parada nueva y brillante que habían colocado recientemente; incluso tenía una especie de indicador moderno que marcaba con precisión los minutos que faltaban para que llegase el número que debía tomar. En cuanto llegó el gusano humeante subí seguido por una cola de personas silenciosas, como la mayoría de los asientos estaban libres, no hubo ningún problema; cada individuo ocupó su trono de plástico duro atestado de arañazos, chicles y algún que otro garabato impúdico. El pasillo se quedó vacío permitiendo que una agradable brisa viajase a través de las ventanas, era el inicio de un sueño confortable que pronto se convertiría en un infierno que incluso a Dante haría temblar. Según avanzaban las paradas, el gusano devoraba más y más personas, sus entrañas se llenaban tanto que escoraba hasta dar la sensación de que volcaría en cualquier momento. Resistí como pude en mi asiento, apretado contra el cristal de la ventana con la sensación de que saldría disparado atravesándola. Afortunadamente esa situación no duró mucho tiempo, porque la mayoría de las personas se bajaron cinco minutos después; supongo que tomaron el transporte para viajar esos pocos metros imposibles de recorrer dando un par de pasos. Entonces vino una situación inopinada que no había previsto, una señora de edad avanzada -vieja, para qué usar eufemismos-, pagó su billete y enfiló hacia mí dando tumbos, sus ojos eran dos lanzallamas que incineraban a todo el que osase desafiar su mirada. En ese instante comprendí: quería mi asiento, o el de cualquier otro.

En mis hombros aparecieron esos dos personajillos que representaban un ángel y un demonio, los ignoré porque ya estaban muy vistos y me quedé inmóvil con la vana esperanza de que alguien cediese su sitio sagrado. Nadie lo hizo y pronto nos arrepentiríamos de esa decisión, pues esa señora con una facilidad pasmosa formó un frente revolucionario en medio del autobús junto con otras de su misma edad; objetivos: voces estentóreas que denunciaban a la mala juventud de hoy, que no se levantaba, e insultos varios demasiado zafios para referirlos aquí. A pesar de ello, como mis escrúpulos me golpearon una y otra vez,  pasé el resto del viaje incómodo, pensando en la felonía que acababa de cometer. Como ya dije antes, debía ir muy lejos; aún me quedaba un cuarto de hora hasta llegar a mi destino. Subió entonces una señora que usaba muletas con bastante dificultad, daba la sensación de que caería de morros en cualquier momento, así que en esa ocasión no dudé, levantándome con una media sonrisa le cedí gustoso el sitio. Me miró de hito en hito de la misma manera que la anterior a la que no quise cederle el asiento y no se sentó, era demasiado orgullosa para ello; "no soy tan vieja" pensaba con toda seguridad. Tras rechazar todas las ofertas de sentarse que le fueron ofrecidas, se situó en medio del pasillo molestando a todos los que intentaban circular por él. Yo contemplaba todo eso con incredulidad, y cuando me dispuse a sentarme de nuevo, ¡horror! el trono ya estaba ocupado por un joven artero que no dudó ni un instante en conquistar mi lugar. Por si fuese poco, desde las filas de atrás me señalaban y murmuraban. No esperé a mi parada, me bajé cuanto antes de ese gusano con ruedas para respirar con calma aire puro. Cuando llegó el momento de volver al hogar no lo pensé ni un instante..., tomé un taxi.

Todo lo relatado aquí es verídico. No me volverá a suceder, porque no pienso volver a tomar el autobús. Un saludo a los que me leen, y tengan un buen fin de semana.

7 comentarios:

  1. Un buen articulo para potenciar el uso de la bici :-)

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  2. Los autobuses de EMTUSA y sus pasajeros si que ofrecen material para escribir un libro.
    Y nada menos que fichaste la línea 12. xDDDDDD
    Buen Artículo. A ver si le dedicas otro más adelante al "Elogio del Horizonte".

    Saludos.

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  3. Ya no quedan entrañables ancianitas como las de antes... Muy buen artículo. Eso sí, si el autobús tiene tela... ¡No hablemos de algunos taxistas! Si no te descuidas puedes caer de la sartén al fuego. :P

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  4. Odiealex, la bici es más sana, aunque yo la verdad es que no la uso nunca. :)

    Randall, (ese nombre me suena de alguna historia de Stephen king), al célebre "Elogio" no hace falta dedicarle nada, ya tiene bastante con su apodo; el "Váter de king Kong".

    Lobo, he llegado a la conclusión de que lo mejor en el autobús es estar de pie, así no tienes que decidir si levantarte o no cuando viene un anciano xD. Con los taxistas no tengo mucha experiencia aún...

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  5. Muy muy bueno, me he sentido identificado completamente. Creo que eso me ha pasado un millón de veces, en el pasado claro, yo también tomé la decisión de no coger el autobús más, pero fue un día de verano a 40 grados, con una señora mucho más que obesa entre la ventana y el pasillo y con el aire acondicionado estropeado... The Hell.

    Un saludo.

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  6. Bueno sólo tengo que añadir que en estas condiciones además se podía haber añadido el desagradable olor a sudor o humanidad que se aprecia en algunas ocasiones.... yo tengo que reconocer que soy de las que le encanta conducir y me encanta ir en mi coche siempre que puedo.. sin tener que pasar frío en la parada, sin problemas de esperar sóla en la parada, ir de puerta a puerta a casa, poner la música y temperatura que me gusta... Reconozco que hasta que el transporte no sea como en Japón y siempre que pueda, no me verán mucho utilizándolo...

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  7. Sibarita, estamos de acuerdo entonces en lo que se refiere al autobús, a veces ocurren cosas desconcertantes en él... Me gustaría ver el aspecto de los autobuses en el año 50.000, seguro que son la leche; si es que en el fondo nos ha tocado vivir una mala época :P

    Arwen, el tema del olor por fortuna no me afectó ese día; pero es verdad lo que dices. Me has recordado una razón más para no tomar el bus.

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