lunes, 21 de julio de 2014

True Detective


¿Dónde está el sueño? Los clanes devoran clanes mientras el individuo observa desde lejos, impotente; sabe que la verdad es que no hay verdad: aún somos un brote rodeado de ignotas estrellas. ¿Dónde está el sueño? Es un baile impostado, imaginario colectivo. ¿Qué espera al final? Es mejor no pensar en ello y seguir bailando. Sólo unos pocos, los más temerarios y melancólicos, encaran a la oscuridad, atisban las garras del monstruo.

¿Dónde está el sueño? 

Lo de arriba es un diálogo excluido que pertenecía a uno de mis personajes —en realidad me pertenece a mí, por eso lo eliminé; desentonaba con la personalidad del personaje—. No tiene mucho mérito ponerlo en el blog, porque internet es un oasis; pero que esos pensamientos aparezcan en una serie... es muy inusual. Su creador, Nic Pizzolatto, ha construido algo temerario y melancólico. Nunca había visto nada parecido en la pantalla pequeña.

Pareja de detectives, escenario criminal, pistas, relaciones... parece lo de siempre, otra serie más; sin embargo, hay un conjunto de elementos que la convierten en un clásico instantáneo, una obra maestra: la atmósfera sombría, decadente y luctuosa; el abismal contraste entre Cohle, nihilista negativo, y los que se hallan a su alrededor, incluido su compañero, ese macho típico interpretado por el genial Woody Harrelson; el atroz antagonista, un... un... un spoiler si lo describo.

Los investigadores se mueven en un escenario lleno de religiosidad que, evidentemente, molesta a Cohle. Tened en cuenta que éste reacciona ante lo que ve, está en una situación determinada; podríamos cambiar la misa por el mitin y el resultado sería análogo. Para él, lo mejor que podría hacer el ser humano es autodestruirse, avanzar hacia la extinción. Debido a eso, resulta raro cierto diálogo suyo en el episodio final: es como si de repente hubiesen cambiado al personaje. ¿Esa anomalía viene de Pizzolatto? Puede que fuese una orden de la cadena, indignada ante tanto pesimismo. 

A pesar de la diminuta mácula, True Detective es de las mejores series que han aparecido este año. Las largas concatenaciones de alabanzas que se leen por ahí, tanto de seguidores como de críticos, le hacen justicia. Hay excelencia en cada uno de sus ocho episodios. No sé si los que vendrán luego —dicen que con otro reparto— funcionarán igual de bien; pero la primera temporada ya ha cumplido de sobra. Dudo que consigan mantener el mismo nivel.

Estamos en una época dorada para las series, y pocas logran destacar entre toda esa maraña de ideas; True Detective lo ha logrado entrando por la puerta grande. Las quejas que se vierten sobre ella, denunciando que es muy densa, son síntomas de la superficialidad masiva que ofrece la televisión.

sábado, 5 de julio de 2014

La chica de ACNUR


El pasado viernes tuve un día de perros, pues todo lo que podía salir mal, salió mal. Para rematarlo, me pasó algo chocante cuando iba de camino a casa. Había comprado una novela de Palahniuk, Monstruos invisibles, y atravesaba la calle Corrida —es así como se llama, sí; no penséis mal—. Inopinadamente, una chica menuda que usaba gafas de pasta se colocó a mi lado. «Alegra esa carita», dijo. Al principio me sorprendí, porque era la segunda vez en mi vida que un extraño se acercaba para hablarme con familiaridad. Además, estaba pensando en cómo afrontar la fase final del último libro que escribo: se me han ocurrido tres caminos diferentes y no termino de decidir cuál escoger. 

Una vez que se me pasó el pasmo, supe sus intenciones y entonces me crecieron los colmillos. Veréis, si algo sabe hacer bien un escritor, es engañar. ¿No son las novelas mentiras colosales? Así que la pobre iba a sufrir por todos mis males pasados. Empecé preguntándole con amabilidad si se trataba de una cámara oculta, y luego maquiné un buen repertorio de frases cáusticas mientras me hacía el despistado. Sin embargo, no sé cómo, me vi en medio de una conversación friki... ¡Maldita sea! ¡La chica era maja! No se merecía ver, al menos no más de lo necesario, mi parte negativa. Me conformé con unas pocas falacias inocuas. 

Ah, pobre arañita, pensabas que habías atrapado a una mosca. Debo, eso sí, disculparme, ya que no fui capaz de evitar ser algo hosco. Comprendo la necesidad de sobrevivir, y sospecho que estas personas de ACNUR deben captar socios para librarse del despido, lo cual explica que un afable extraño se acerque, te sonría y desee charlar amistosamente. Recordé a aquellos siniestros niños-robot de la CF, los que se acercan a ti solicitando auxilio antes de acabar contigo; se me ha olvidado en qué película aparecen. No es que esté en contra de echarle una mano a los refugiados, faltaría más; pero hay otras maneras de pedir ayuda. Asaltar así la intimidad de los viandantes...

Qué gente se encuentra por la calle, eh. Pinta de informático, eh. Pues mi última frase, «Tienes un buen trabajo», era irónica, que lo sepas. Si no fueses tan maja... esta entrada sería muy diferente.