miércoles, 24 de julio de 2013

La máquina génesis

Cóctel explosivo de CF Hard
No es fácil adentrarse en el frío y técnico universo de La máquina génesis, porque el contenido científico pesa mucho: teorías y teorías sobre una ignota neofísica que debe ser estudiada con cuidado. Los dos científicos protagonistas, ambos genios en su campo, aprovechan cualquier oportunidad para hablar de partículas, resonancias, gravedades... Qué aburrido suena, ¿no? Salvo si te gustan esos temas, correrás el riesgo de dejar el libro abandonado en el lugar más lejano que se te ocurra; quizá lo arrojes en el corazón de un profundo y denso bosque, donde sólo los Bigfoot puedan hacerse con él... Seguro que a ellos les gusta más.

Bromas aparte, no es tan fiero el libro como lo pinto: todo va cobrando interés a medida que avanza la investigación y se descubre en qué tipo de sociedad se mueven los personajes.

Edición Española de una editorial
desaparecida

Hogan sitúa la historia en el año 2005 —el libro se publicó en el 78; por aquel entonces el año dos mil sonaba a futuro misterioso—. La tierra desborda tensión por todas partes, y los ejércitos le sacan brillo a sus armas. A un lado del cuadrilátero, enarbolando una copia del manifiesto comunista, está la gran alianza de las repúblicas populares progresistas; al otro, bajo la sombra del sonriente tío Sam, la alianza de las democracias occidentales. Un escenario perfecto para que empiecen a llover misiles. Se nota la influencia de la guerra fría. 

En medio de esa locura, los dos científicos intentarán sortear al sistema, ya que a éste sólo le interesa que enfoquen su ingenio hacia el terreno armamentístico. Nada de explotar la inmensa cantidad de fabulosas posibilidades que ahora tienen ante sí: es necesario ganar el pulso tecnológico e inclinar la balanza de la guerra a favor del país.

¿Qué ocurriría si una potencia
tuviese poder ilimitado?
Durante todo el libro reina un fuerte mensaje antimilitarista. Los siniestros burócratas fagocitados por el sistema anhelan apoderarse de las mentes brillantes y hacerlas trabajar a su servicio: «¡Científicos!, quieren dedicarse a coger margaritas mientras el mundo entero se queda a merced de cualquiera». Y el pragmatismo impuesto por la situación domina a los líderes. ¿Cómo reaccionarán los protagonistas? ¿Se someterán?

La máquina génesis, título bastante revelador, es una obra destrozada por una traducción pésima. Si a eso se le suma que pertenece a un género leído por un público minoritario, y que no es lo mejor de Hogan, el resultado es un libro que ha pasado casi desapercibido. Dudo que mucha gente pagase los más de veinte euros que costaba al principio. Búscalo sólo en caso de que el tema te llame a gritos.

«Créanme, no van a vencer al sistema. Esto es sólo el comienzo y las cosas empeorarán. No subestimen a las personas a las que se enfrentan: muchas de ellas son estúpidas, pero tienen poder, y ésa es una combinación temible». 

jueves, 18 de julio de 2013

El arrancacorazones

Esta cubierta encaja bien con lo que
vamos a encontrar en el interior
Antes de afrontar la lectura de esta novela, conviene saber que Boris Vian es un autor irreverente, anárquico, capaz de conseguir que el lector enarque sus cejas por uno u otro motivo. El precio de su rebeldía fue tener que vérselas con la censura —demasiada violencia y sexo para la época—, y no lograr el reconocimiento que se merecía. Sólo tras su muerte temprana empezó a ser mirado con otros ojos.

Tengo la seguridad de que, incluso hoy, El arrancacorazones le daría un buen dolor de cabeza a algunos críticos inflexibles; sobre todo cuando lean oraciones como «La vieja modista era vieja y cosía a mano». Además, Vian puntúa a su manera si le conviene; no está encerrado dentro de las normas. ¿Y la trama? La trama es lo mejor: está henchida de surrealismo satírico y gamberro. Si tienes la mente abierta, pocas historias te divertirán tanto.

Esta otra, en cambio, le da al
libro un equivocado toque
de gravedad
Jacquemort, un psicoanalista que necesita alimentarse de los deseos ajenos, llega casualmente a la casa de Clémentine y Ángel, un matrimonio que está a punto de tener trillizos; así que decide ayudar en el parto. Después de esa buena acción, se integra en la familia como uno más, y ayuda en la medida de lo posible sin olvidarse de su propósito original: buscar criaturas que le desvelen sus secretos más íntimos; cualquiera sirve, incluso los animales. Sus mejores hallazgos los hace en un pueblo cercano, donde tiene que ir varias veces para cumplir los encargos de Clémentine. Allí conocerá las extravagantes costumbres de los pueblerinos, que tienen una feria para vender viejos al mejor postor, un tipo que se encarga de recoger la vergüenza de los demás a cambio de oro, un cura que boxea con el diablo...

Es imposible aburrirse con esa trama. Cada capítulo resulta ameno e imprevisible.

¡Feliz San Valentín!
Hay, a pesar de lo dicho, momentos excesivamente redundantes en la última parte. Se producen cuando la madre se obsesiona con la seguridad de sus hijos y no deja de pensar en posibles accidentes. Si esta situación estuviese más diseminada, no habría problema, ya que tiene un claro objetivo; pero Vian hace que el lector se enfrente a largas concatenaciones de cábalas negativas. Imagino que habrá quien las disfrute; yo no.

Esos momentos redundantes se perderán como lágrimas en la lluvia tras leer el final, porque es de los que permenecen siempre en la memoria. Seguro que satisface y compensa a la mayoría de los que se atrevan con El arrancacorazones, la novela de un autor que también se dedicaba a otras cosas: periodismo, traducción, poesía, ingeniería, música de jazz...


domingo, 14 de julio de 2013

Batman se enfrenta al Jabberwocky-isla


       —Oye, Watson, hace dos horas que entramos en este bosque apestoso. 
       —¿Qué pasa, Moriarty? ¿Tienes miedo?
       —¿Debo tenerlo?
       —Realmente..., realmente no. Hay un Jabberwocky que vive por aquí, pero da lo mismo. No te preocupes.
       —¿Un... Jabruky? ¿Qué es eso?
       —Pues esto:


       —Impresionante explicación, Watson; tan diáfana como si hubieses puesto una imagen en un blog.
       —No te fíes, el que escribe este diálogo anda mal de la cabeza y seguro que le da otra forma. Además, no respeta la lógica para nada, porque no entiendo qué hacemos tú y yo en un bosque.
       —Pensé que lo sabrías.
       —Pues no.
        Escuchan un ruido seguido de otro ruido y otro más cercano seguidodeotroruido. Los árboles salen volando como cohetes a reacción y aparece el horrible Jabberwocky-isla, meneando sus tentáculogarras.
       —¡Hala! —exclama Moriarty mientras se le cae el monóculo—, vamos a morir. 
       —Que no, que ya te dije que no te preocupes: nos va a salvar un deus ex machina seguidodeotro. 
       Otroruidoseguidodeotro y aparece Batman montado en el tractor de Zapato veloz. Va directo hacia el Jabberwocky-isla hasta estamparse con él. Eso provoca la apertura de un portal dimensional que absorbe a ambos contendientes.
       —Era previsible —dice Watson.
       —¿Previsible? Explícame lo del fenómeno que se ha tragado a esos seres.
       —Es lo que siempre ocurre cuando un Batman montado en tractor choca contra un Jabberwocky-isla. Ni que hubieses nacido ayer, Moriarty. 

domingo, 7 de julio de 2013

Los pazos de Ulloa

Las cubiertas que encontré han
sido decepcionantes. Yo esperaba
el dibujo de algún pazo, pero...
Admito que el naturalismo no es un estilo que me atraiga mucho. No tanto como el realismo mágico, verbigracia; pero Los pazos de Ulloa es una de las pocas novelas naturalistas que consiguen entusiasmarme.

El libro arranca con el viaje de Julián, un joven sacerdote que se dirige al distante pazo de un seudomarqués —«seudo» porque vendió el título—. Cuando consigue llegar a su destino, preparado para servir como administrador, encuentra una situación terrible donde el pecado campa a sus anchas: Pedro, el señorito, tiene un hijo ilegítimo con la cocinera; ésta, por si fuese poco, se atreve a coquetear con el sacerdote y tiene tratos con una meiga. Los problemas no se terminan ahí, porque Pedro está dominado por Primitivo, un taimado mayordomo que controla los negocios del amo... y es el padre de la cocinera. No es de extrañar que Julián termine opinando que vive en una sentina.
Clint Eastwood en El cura de las
pistolas doradas. Próximamente
en los mejores cines

Decía Hemingway que un escritor necesita aprender a detectar la basura; es decir, a eliminar todo aquello que sobre. El detector de Emilia Pardo Bazán debía ser tremendo, porque a Los pazos no le sobra nada, ni una coma. La prosa circunda, la mayor parte del tiempo, a los personajes principales, y no se pierde en digresiones salvo para crear atmósfera o hacer avanzar la historia con alguna novedad. Conviene añadir que esa prosa, teniendo a quien tiene detrás, es sobresaliente.

A lo anterior hay que añadir la efectividad de la trama, cuya evolución mantiene vivo el deseo del lector por saber lo que ocurrirá tras cada acontecimiento importante. Nadie debería sorprenderse de que esta novela sea leída aún hoy, y de que la gente disfrute su lectura tanto o más que el día de su publicación.

Se hizo una serie de televisión. Puedes
verla aquí si te interesa
Yo estaba preocupado por cómo sería el final, porque Emilia escribió una secuela, La madre naturaleza, donde podemos descubrir qué ocurrió con algunos personajes tras los hechos acontecidos en Los pazos. Esa preocupación se despejó por completo al leerlo, ya que me pareció satisfactorio aun siendo un poco abierto. Lo único que me incita a adquirir la secuela no es la curiosidad, sino saber por qué algunos críticos dicen que su calidad literaria no alcanza el nivel de la primera. Prometo reseñarla si me decido a leerla, aunque será en un futuro lejano debido a la gigantesca cantidad de lecturas pendientes.

Novelas como éstas son las que le recuerdan a uno el porqué de dedicarse a las letras. Creo que con eso ya lo he dicho todo.

Siento no poder comentar algo de la serie, pues no la he visto.