viernes, 31 de agosto de 2012

La peste

Las ratas muertas serán el primer
indicio de la enfermedad
Camus, en La peste, hace un retrato del comportamiento humano enfrentándose a una grave epidemia. El autor nos lleva hasta Orán, ciudad calurosa situada en el noroeste de Argelia. Allí la peste baraja las cartas mientras se mofa de las medidas vanas que usan para combatirla. Como las salidas de la ciudad se bloquean, los habitantes sufren un duro aislamiento. Unos quieren evadirse a cualquier precio; otros se resignan; algunos luchan, como Rieux, el tenaz médico que se enfrenta día a día al enemigo invisible.

El escenario es el mismo de siempre, el mismo en el que las gentes paseaban y sonreían cuando la enfermedad no les visitaba; pero un cúmulo de señales dicen que algo no va bien: casas vacías, calles solitarias, silencio... En los cines se repiten las películas, y un calor húmedo y sofocante intensifica la pesadumbre.

En el siglo XVII, los médicos
usaban esas máscaras, junto con
el  traje, para eludir a la peste.
Vestimentas desagradables que
les protegían de algo aún peor
A veces esa extraña quietud es interrumpida por los tropiezos de los borrachos, ingenuos que buscan salvarse con la embriaguez.

«Bajo las noches de luna, alineaba sus muros blancos y sus calles rectilíneas, nunca señaladas por la mancha negra de un árbol, nunca turbadas por las pisadas de un transeúnte ni por el grito de un perro. La gran ciudad silenciosa no era entonces más que un conjunto de cubos macizos e inertes, entre los cuales las efigies taciturnas de los bienhechores olvidados o de los antiguos grandes hombres, ahogados para siempre en el bronce, intentaban únicamente, con sus falsos rostros de piedra o de hierro, invocar una imagen desvaída de lo que había sido el hombre. Esos ídolos mediocres imperaban bajo un cielo pesado, en las encrucijadas sin vida, bestias insensibles que representaban a maravilla el reino inmóvil en el que habíamos entrado o por lo menos su orden último, el orden de una necrópolis donde la peste, la piedra y la noche hubieran hecho callar, por fin, toda voz».

Se publicó en 1947
El fragmento que he copiado del libro es un pequeño ejemplo de cómo narra Camus. No se trata, desde luego, de una novela rápida para consumir en un par de días, sino de una obra que incita a reflexionar sobre la angustiosa situación vivida por los habitantes de Orán, y su impotencia ante el elevado número de muertes. De repente conceptos como creencias divinas o ideologías carecen de sentido: importa sobrevivir, reunirse con los seres queridos que se han quedado fuera de los altos muros. No hay control sobre lo que ocurre, sólo queda esperar.

Salvando las distancias, la novela me recuerda un poco a El señor de las moscas, de Willian Golding. En ella, como en La peste, aunque en una fase más primaria, se habla de lo que queda cuando la existencia es oprimida por una amenaza mortal: la condición humana al desnudo, sin influencias artificiales. 

4 comentarios:

  1. No he leido nada de Camus, pero el párrafo que has traido me parece de gran calidad.

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    1. Sí que es bueno, en cuanto lo leí no pude resistirme a escribirlo en el blog xD. Y en la novela hay muchos párrafos tan buenos como ése o más. Lástima que la traducción flojee un poco.

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  2. Hola! qué tal? Acabo de descubrir tu blog, le he estado echando un vistazo y me ha gustado mucho, volveré a visitarlo más a menudo, te mando un abrazote!

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    1. Un saludo, David. Veo que escribes, suerte con tus proyectos.

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