jueves, 22 de marzo de 2012

Ego, demasiado ego


El ego* puede suponer la muerte de un artista, o arrojar al lugar más remoto a quien se deje llevar por él, pues impide el ascenso a niveles más elevados: si ya se sabe todo, nada queda por aprender. La humildad, en cambio, es inherente a la sabiduría. Las críticas, si no se toman como afrentas, pueden utilizarse para descubrir errores y acortar el camino hacia el objetivo que se quiera conseguir. En caso de que provengan de una fuente nociva, basta con apartar la escoria y beber la parte límpida; de esa manera incluso un enemigo quizá se convierta, sin pretenderlo, en un inesperado maestro.

En los debates, tanto de la vida cotidiana como públicos, las personas suelen adentrarse en un terreno peligroso donde no se busca la teoría más acertada, sino defender vanidades atacadas por una retórica artera. Pocos son los que sólo se interesan por la verdad, y no les importa rectificar para beneficiarse a sí mismos; la mayoría es capaz de defender sofismas con tal de derrotar a su adversario en una cruenta pugna por la razón. Con los ególatras se va un paso más allá: ni siquiera escuchan, porque se limitan a repetir el mismo mantra de manera incesante. Sospecho que en ocasiones son capaces de creerse una falsedad para defender sus argumentos; pero si con esa argucia se gana una discusión, resulta contraproducente para ambas partes. Mi consejo, estimado lector, es que no te dejes atrapar por las redes de la astucia, y no le des importancia a lo que no la tiene. Si Platón viviese hoy..., probablemente le daría muchas nuevas connotaciones a su alegoría de la caverna, ya que sentarse a contemplar cómo pasan las sombras se volvería mucho más cómodo, dañino y común.

Un exceso de autoestima nubla la capacidad de analizar obras propias, crea la ilusión de que ya se ha alcanzado un nivel al que no se llegó aún. Para muchos ególatras los demás sostienen opiniones erróneas, porque sólo ellos están en posesión de la verdad; son otros, y no ellos, los que se equivocan. Es cierto que muchos genios se han ahogado en un remolino de ínfulas, pero su rara condición se lo permite: si no fuesen lo que son, nadie les soportaría. Al menos sus opiniones se sustentan de conocimiento, no de ignorancia. Es frecuente que los medios informativos hablen de un tema sin conocerlo en profundidad; cuando se hace eso las noticias se estragan, y la estructura social se resquebraja más de lo que ya está.

Lao Tsé dijo: «Saber que no se sabe, eso es humildad. Pensar que uno sabe lo que no sabe, eso es enfermedad»; Sócrates: «Sólo sé que no sé nada»; Einstein: «Todos somos ignorantes, lo que ocurre es que no ignoramos las mismas cosas»; Heráclito: «La soberbia debe sofocarse con más premura que un incendio». Y tenían razón: la humildad, la curiosidad y el anhelo de prosperar intelectualmente son las mejores herramientas.

*En esta entrada toma el sentido más coloquial, es decir, una autoestima demasiado elevada. 

A mí no me miren; yo no tengo ego que pueda ser herido

4 comentarios:

  1. Si no se sabe que decir es mejor callar.

    ResponderEliminar
  2. Estamos filosóficos ;P.

    Allá quien ante una diferencia quiera tener razón en lugar de descubrir quién la tiene. Y ni que decir tiene, que en el momento en que (equivocados) creamos haberlo aprendido todo será verdad, pero solo porque a partir de entonces dejaremos de aprender.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy bien dicho también, Pedro.

      Sí, cuando leo filosofía luego tengo estas reflexiones que a alguno le resultan soporíferas xD. Pero bueno, hacen pensar un poco al que las lee, y eso está bien.

      Eliminar